que encontraba particularmente relajante después de un día de mucho trabajo o de mucha vacilación. Aquella partitura obraba en él la desconexión del mundo de las ideas, la entrada en el espacio de la disipación. Escuchaba aquella trompeta y aquel cuerno inglés, arropados por la seda de una orquesta sinfónica, sentado en su butaca, con los ojos cerrados y el apartamento a oscuras.
A veces los abría para contemplar la lámina de un cuadro de Hopper adquirida en el Museo Whitney: Luz de sol en el segundo piso, una mujer joven y otra mayor, sentadas en la terraza de una casa blanca, con ventanas parecidas a ojos y un bosque misterioso e incitante al fondo, cielo azul, y esa eterna abulia o espera de los personajes de Hopper.
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Crisis de gran mal
Jesús Gil Vilda