jueves, 26 de septiembre de 2013

Best Sellers. Análisis de una literatura popular

- Surge de la inquietud genuina del autor.
- Muchas veces no es literatura, dicen, tan sólo es motivación. El autor de un Best Seller es un experto en motivación. ¿Un idealista?
- El lector busca el placer. Pasarlo bien. "Quiero que me distraigan"
- El lector busca socializar. Cotillear. Quiere conocer las historias de otros.
- Es un libro optimista, con una visión de salida. Es un libro que deja buen sabor de boca. 

¿Son todos malos? El debate empieza ahí. Pero lo que le estamos pidiendo a un Best Seller es, no lo olvidemos, que nos cuente una historia, que nos entretenga, que nos haga sentir, y de vuelta que nos entretenga.

Aquí lo explican de maravilla:

BEST SELLER



Sergio Vila-Sanjuán (Premio Nadal)

viernes, 20 de septiembre de 2013




Ayer cumplí dieciocho. Me sentí extrañamente mayor al pensar que los próximos eran los veinticinco. No hace ni dos horas, era una niña traviesa y entrometida...

DESDE QUE EL MUNDO ES MUNDO




Y mientras tanto, sigo escribiendo, casi poseída, como si un demonio estuviera haciendo calceta en mi entrada, y me vigilara. A veces no sé qué escribo pero un profesor me aconsejó teclear cualquier cosa cada día para no perder el ritmo. Mi ritmo, el que no dejo de perder. Mi ritmo, ese paso desacompasado, esa duda, esa punzada, ese poco de inercia. 

Hay poco tiempo. Pero yo tengo tanto que se hace ausencia. Es extraño. Viene la mañana silenciosa, y la luz se acopla avisando honestamente que un minutero tiene prisa: los niños al colegio, mi marido a su trabajo, y en mi casa, en esta pequeña gruta donde me alojo, se hace la Llamada inclemente que me sacude. No me siento. No me lamento. Pienso que todo está en su sitio pero que hay que tener constancia.

Cada uno está donde debe estar desde que el mundo es mundo.

jueves, 19 de septiembre de 2013



SERRAT





Sospecho de casi todo. ¿Por qué? 

Revoloteo. Nadie me ve. No me advierten. Soy treintañera. Soy trivial. Soy trágica. ¿Por qué? 

No creo en los aviones, se caen. No creo en la lejanía, te olvidan. Creo en que mañana todo será distinto, pero luego amanece y el café es el mismo y Serrat sigue siendo Serrat. Pero yo, erre que erre, mañana todo será mejor, no sé de qué manera ni por qué. Y de nuevo el café no está mal y Serrat es encantador, sí. Pero mañana, será mejor? La duda. Ya ni siquiera me gusta el café y Serrat, Serrat es una triste correspondencia de corazones pintados, manchada de frito. Aquellas patatas chips en mi mano dejaron la huella de una fan muerta de amor, aunque algo descuidada. Definitivamente todo podría haber sido mejor. Serrat podría haberme respondido esa carta encantadora con un "te quiero, aunque lávate las manos antes de escribir más cartas...”"

A mis 12 años Serrat era el soberano de mi casa. Examinaba sus canciones hasta dejar mi rastro infantil sobre el vinilo como un caminito baboso de invertebrado terrestre. A todas horas la paloma se equivocaba y llovía tras los cristales. Serrat cenaba con nosotros y mojaba las galletas en el colacao por la mañana. En el disco venían algunas fotos suyas que relamía con deleite. 

“La tarde que se adormece parece un niño que el viento mece, con su balada en otoño"... Tras ese otoño desaparece el disco y la funda. ¡Malditos! "Un canto triste de melancolía que nace al morir el día”. Alguien, en su hastío, lo había escondido sobre el reloj de pie antiguo, ese que doblaba mi estatura y que nos rompía el silencio en lo mejor de las películas con sus doce campanadas, pausadas, punzantes. “Se va la tarde y me deja, la queja que mañana será vieja, de esa balada en otoño. Llueve”.  ¡Ahí esta! 

Cuando lo encontré volvimos a escuchar a Serrat a las diez y a las catorce, con calcetines o descalza, comiendo o zurziendo un calcetín. Serrat, siempre en mi sana obsesión, Serrat. No recuerdo el día que me hice mujer y definitivamente perdí la pista de aquel vinilo tan amado. Y Serrat se fue arrugando con los años hasta dejar de reconocer sus ojos. Ahora es abuelo entrañable pero antes era simplemente Serrat en mi vinilo.

Yo me equivoco, como esa paloma. En vez de ir al Norte he ido al Sur. Mi noche es mi mañana y las estrellas, rocío. Me he equivocado. Tal vez gracias a eso hoy soy quien soy, un deje de mi misma manchada de duda. Puede que me haya topado con algunas piedras por el camino. De repente siento que no hay más que hablar. Está bien. ¿De qué manera serían las cosas de haber seguido otro camino?

Desde el balcón, hoy, me llega Serrat como un rumor inventado, deshilachado, a trompicones, de un viejo tocadiscos. Ése que tiene mil años.

viernes, 13 de septiembre de 2013

TAMBIÉN ME LLAMAN BLANCA DIVAGO






A veces, cuando la ciudad duerme, se enciende La Llamarada. Es maravilloso cuando eso ocurre. Me quedo. Permanezco un rato así, no digo nada. No me distraigas. Otras veces no hay chispazo, sólo inercia. Entonces, ni siento ni sufro, sólo dormito. Pero cuando me viene esa luz, ¡cómo explicar!, me invade una sacudida de electricidad que en cierta manera genera inquietud.  La dicha trae desdicha. Aunque no siempre. Puede que encienda mi ordenador y teclee sin descanso durante toda la noche. Y rescate la presión que me aguarda. Y sea libre. Empieza ahí el baile de personajes caóticos que no se caen bien, que no pegan, que no se soportan pero que son esclavos de una mujer loca. Si no los libero puede que mil pensamientos se colapsen y emerjan como una fastidiosa nube de mosquitos. Con ese silbido incesante. Palabras e imágenes se someten entonces a una cadena de vastas peripecias. A veces son tantos los conceptos que fluyen, que si mi dejadez me lleva de la mano, y me quedo inerte en la cama, vislumbrando, susurrando, siento que me rompo porque mañana todo habrá desaparecido. Toda esa masa desvanecida. No retengo nada al abrir los ojos. La magia dura sólo ese instante. Hay que teclear corriendo o la pérdida puede ser irreparable.

Llevo casi veinte años queriendo escribir de verdad. Palabreo, parrafeo, redacto. Pero no escribo. Escribir es degustar una esencia; el delicioso aroma de una historia que te envuelve, que te va pidiendo más y te cautiva, te hace franco. En cambio, siempre estoy atada de pies y manos, sufriendo un dolor de muelas. De repente me advierto y siempre estoy igual, colgada del revés, en la rama de un olivo. Por qué un olivo? ¡Podría ser un almendro o un limonero! Los árboles que acaricio en mi jardín. En cualquier árbol yo sería un murciélago deshilachado en pleno día, ciego. Era así antes y sigo así ahora, no me altero. Todo del revés y sólo a veces, en muy pocas ocasiones, del derecho, cuando te dejas. Cuando te dejas las cosas salen incluso bien, como un capricho de alguien. No sé de quién pero, qué empalago la incógnita! 

¿Soy sólo yo la que me ahogo en este charco?



A veces releo lo que escribía con doce años. Me parece tremendamente tonto y desaborido. Y yo, perdida, boba y muy inocente. Entre niña y algo que empieza a dejar de ser niña, eso son mis doce años. Solía preguntar a mi madre si ya había dejado de ser pequeña porque mis nudillos se habían definido hacía tiempo. Antes eran tiernos huecos y luego unos duros montículos. En el coche recuerdo haberle hecho esa pregunta. Ya soy mayor? Y escuchar a mi madre responder desde luego. Y claro, el resto del viaje, yo ya era un reflejo decepcionado de mi misma en la ventana junto con esas luces difuminadas que llegaban de no sé donde. Mi hermana a mi lado dormía, nada le quitaba el sueño. El día se tornaba noche y la noche día, y yo sufría los segundos del reloj que iban acentuando mis mejillas y me iban convirtiendo en una mujer joven, en una dama de cuento anodino. A quién me parezco? Soy como tu? Mi madre callaba en el asiento de delante y yo me embarcaba en una revuelta de egos pequeñitos que se peleaban por sentarse en la misma silla. Luchar contra ellos es luchar contra mí misma porque descubro que no soy quién creía ser. 

No recuerdo casi nada de lo que fui antes de los doce años. Hay un horizonte en ese punto y más allá un vacío de memoria general. En ese lugar a veces me encuentro cuando me adormilo. Pero mis sueños son reales o un simulacro desesperado de algo que me obsesiona? 

Cuando no entiendo, me nublo. Debo chispear desde antes de nacer. Los genes de mi madre, desamparados, siempre han caminado bajo un rayo que les cuece el culo. Ayer y hoy. No me deja preguntar. No le gusta recordar. No me habla. No me cuenta. Mi vida a medias. Me conozco al cincuenta por ciento. Y así he crecido estos años, en un sinfín de espacios sordos, imaginando lo que falta por decir, por ser, inventando contextos tan postizos como inusitados. Por eso siembre divago. Divagaba de niña y ahora, que ya soy mayor. De niña anotaba mis merodeos en un cuaderno, con lápiz de punta rota y goma de sabor a nata. De mayor mi teclado aligera el vaivén y así escapan menos vientos. Cuando divago realmente me agoto y suelo irme a dormir. Cuando duermo divago de nuevo y me despierto irremediablemente, fatigada sobre mi agotamiento. Y entonces vuelvo a divagar despierta y de nuevo cierro los ojos para seguir resoplando. Un bucle de mariposas inútil. Divago en la ducha. Divago en mi silla, frente a la pantalla del ordenador. Ahora, divago. Yo me apellido Divago. Blanca Divago.