DESDE QUE EL MUNDO ES MUNDO
Y mientras tanto, sigo
escribiendo, casi poseída, como si un demonio estuviera haciendo calceta en mi
entrada, y me vigilara. A veces no sé qué escribo pero un profesor me aconsejó
teclear cualquier cosa cada día para no perder el ritmo. Mi ritmo, el que no
dejo de perder. Mi ritmo, ese paso desacompasado, esa duda, esa punzada, ese
poco de inercia.
Hay poco tiempo. Pero yo tengo tanto que se hace ausencia.
Es extraño. Viene la mañana silenciosa, y la luz se acopla avisando
honestamente que un minutero tiene prisa: los niños al colegio, mi marido a su
trabajo, y en mi casa, en esta pequeña gruta donde me alojo, se hace la Llamada
inclemente que me sacude. No me siento. No me lamento. Pienso que todo está en
su sitio pero que hay que tener constancia.
Cada uno está donde debe estar desde que el mundo es mundo.
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