jueves, 19 de septiembre de 2013



SERRAT





Sospecho de casi todo. ¿Por qué? 

Revoloteo. Nadie me ve. No me advierten. Soy treintañera. Soy trivial. Soy trágica. ¿Por qué? 

No creo en los aviones, se caen. No creo en la lejanía, te olvidan. Creo en que mañana todo será distinto, pero luego amanece y el café es el mismo y Serrat sigue siendo Serrat. Pero yo, erre que erre, mañana todo será mejor, no sé de qué manera ni por qué. Y de nuevo el café no está mal y Serrat es encantador, sí. Pero mañana, será mejor? La duda. Ya ni siquiera me gusta el café y Serrat, Serrat es una triste correspondencia de corazones pintados, manchada de frito. Aquellas patatas chips en mi mano dejaron la huella de una fan muerta de amor, aunque algo descuidada. Definitivamente todo podría haber sido mejor. Serrat podría haberme respondido esa carta encantadora con un "te quiero, aunque lávate las manos antes de escribir más cartas...”"

A mis 12 años Serrat era el soberano de mi casa. Examinaba sus canciones hasta dejar mi rastro infantil sobre el vinilo como un caminito baboso de invertebrado terrestre. A todas horas la paloma se equivocaba y llovía tras los cristales. Serrat cenaba con nosotros y mojaba las galletas en el colacao por la mañana. En el disco venían algunas fotos suyas que relamía con deleite. 

“La tarde que se adormece parece un niño que el viento mece, con su balada en otoño"... Tras ese otoño desaparece el disco y la funda. ¡Malditos! "Un canto triste de melancolía que nace al morir el día”. Alguien, en su hastío, lo había escondido sobre el reloj de pie antiguo, ese que doblaba mi estatura y que nos rompía el silencio en lo mejor de las películas con sus doce campanadas, pausadas, punzantes. “Se va la tarde y me deja, la queja que mañana será vieja, de esa balada en otoño. Llueve”.  ¡Ahí esta! 

Cuando lo encontré volvimos a escuchar a Serrat a las diez y a las catorce, con calcetines o descalza, comiendo o zurziendo un calcetín. Serrat, siempre en mi sana obsesión, Serrat. No recuerdo el día que me hice mujer y definitivamente perdí la pista de aquel vinilo tan amado. Y Serrat se fue arrugando con los años hasta dejar de reconocer sus ojos. Ahora es abuelo entrañable pero antes era simplemente Serrat en mi vinilo.

Yo me equivoco, como esa paloma. En vez de ir al Norte he ido al Sur. Mi noche es mi mañana y las estrellas, rocío. Me he equivocado. Tal vez gracias a eso hoy soy quien soy, un deje de mi misma manchada de duda. Puede que me haya topado con algunas piedras por el camino. De repente siento que no hay más que hablar. Está bien. ¿De qué manera serían las cosas de haber seguido otro camino?

Desde el balcón, hoy, me llega Serrat como un rumor inventado, deshilachado, a trompicones, de un viejo tocadiscos. Ése que tiene mil años.

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