jueves, 16 de abril de 2015

40

Estoy como eufórica. Estoy de una vitalidad insultante; como si hubiera sabido hace diez minutos que voy a morir mañana y cada segundo valiera el paraíso. Felicidad? Locura? Ambas? Ninguna?




Son mis fastidiosos e incómodos 40 que están a la vuelta de la esquina y me perturban como cuando me viene la regla.

A finales de Octubre llego a los 40 y no sé cómo se gestiona eso con lo que voy trabajando en el asunto con bastante antelación. ¿Qué tengo que hacer?, ¿dónde tengo que ir? ¿Me cambio el pelo? ¿Me apunto a una maratón? ¿Rebiento un rato? El otro día me levanté y enseguida intuí que iba a sufrir un brote psicótico de esos.

- Cariño, creo que me he cansado del Tatami. ¿Por qué no compramos una cama normal? Puede ser de esas románticas, o...
- Cielo, estás delirando.
- Tengo ganas de cambiar algo en mi vida pero no sé qué... la vajilla, el marido...
- Por qué no te cambias de bragas...

Lo sé, sí, tengo doble problema: soy mujer y voy a cumplir 40. Todo se me junta. Me he transformado en un monstruo que quiere vivir eternamente los 39 sintiendo, mirando, escuchando, corriendo, alucinando... Ya lo tengo decidido: voy a dar el gran paso recuperando mis quince prestados, si me dejan, durante el año en curso, para no llegar a la madurez tan aturdida y/o desaliñada. Seré una rebelde, una boba, una ilusa, una completa salida y una idiota.

Inevitablemente ese esquema se rompe cuando aparecen ellos con su insolencia, su energía desbocada, sus pataletas y sus ingenuidades más puras y bellas:

- Mamá, estoy malito porque tengo virus.
- Te encuentras mal? Qué te pasa?
- Adri me ha dicho que si tocas el suelo te contagias de virus.
- Ah, ya comprendo... -resuelvo mientras mis labios dibujan una mueca empática.
- Hoy, en el cole, he tocado un tubo de la pared y tengo virus en las manos.
- En casa te lavas las manos y listo, fuera virus feo.
- Mamá, de qué color es el virus? La mamá de Adri dice que son invisibles.
- Pues, no sabría decirte el color, son tan pequeñitos que solo se pueden ver a través de ciertos aparatos y...
- ¿Entonces es verdad que existen? Corre mamá, que quiero lavarme las manos en casa y quitarme el virus!
- Espera, que atropello a la abuela y atravieso la montaña... No hay tiempo que perder...

Esas son las conversaciones surrealistas que tengo con mi hijo de cinco años. Es nuestro submundo, más allá de las fronteras de la realidad, por donde también pasaron El Principito y otros románticos. Qué rápido me devuelve a la condición de madre este niño. Estoy atrapada en un conflicto de mujer coherente en público y de doncella libertina cuando nadie me ve. Eso van a ser mis 40, ya lo estoy viendo, un absoluto garabatías.


(Ilustraciones de Margaux Motin)