miércoles, 13 de noviembre de 2013


EL GUARDIÁN ENTRE EL CENTENO (Salinger)


Foto de mi hijo de seis años

Cuando dispones de tiempo para escribir es fabuloso y cuando dispones de tiempo para terminar de leer un libro que arrastras desde hace días, es inexplicablemente maravilloso. Y es que el tiempo es un maldito bastardo que te deja siempre tic-taqueando latosamente. Es una terrible espera, esperar. Esperas a tener tiempo y mientras tanto, lo pierdes. Como siempre, todo cansino y paradójico.

Por fin este fin de semana he podido terminar, en mi viaje al Sur de Francia, viajando de copiloto y sin mayor complicación, el libro de Salinger que tenía a medias. Los niños dormían en el asiento de atrás, el día era espléndido y yo descalza y sentada a lo indio, leía página tras página, ¡perdón!, devoraba página tras página hasta por fin, cerrar ese submundo terrible con un punto final.¡Por fin!

Y es que, ¡¡qué terriblemente confuso y perdido está el protagonista!! ¡Qué agonía! Ese adolescente de medio pelo que no comprende ni dónde está ni quién es ni por qué nada. Que sólo quiere escapar y esconderse. Que se emborracha y busca desesperado algo de compañía porque está rematadamente solo. Solo, incomprendido, a la deriva... ¡Suficiente! Yo ya pasé por esa etapa de pubertad acosadora, en la que sólo te apetece ir a contracorriente porque no te gusta lo que ves, porque no comprendes a la gente. Ser así un tiempo tiene su morbo pero en algún momento hay que pasar página y buscar luz entre las piedras. Sino, ¡qué ahogo! 

En el libro no ocurre verdaderamente nada. Es un estado soporífero que empieza en la página uno y suma y sigue. Y al final tampoco se resuelve nada... Tan sólo el tipo, el niño loco, que empieza a enfrentarse al mundo como un adulto, y que ha imaginado pajaritos trinando tras unos nubarrones escabrosos, decide seguir siendo arrastrado hasta donde le lleve la marea... 

Con qué me quedo

Me gusta ese sentir extraño que le invade al prota porque todos hemos pasado por ahí. Me gusta que quiera que todo sea bonito y simple. Me gusta que se sienta un ángel de la guarda. El trasfondo es gentil y noble, y eso es lo que cuenta: la pasta de la que está hecho uno. De eso trata la vida al fin y al cabo. Me gusta que me ha dado por pensar que estaría muy bien que todos quisiéramos ser "Guardianes entre el Centeno" y no "Tiranos entre el Centeno".






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