EL OPTIMISTA MODERADO
—Déme un décimo, por favor —le indico al cieguito de La Once, ése que debe llevar siglos repartiendo suerte a la vuelta de la esquina—.Pero asegúrese de que sea el número ganador, sino no me vale, eh? —bromeo.
—Eso quisieran todos, señora.
—Pero yo no soy todos, oiga, yo soy yo…
—Y yo también soy yo, ¡y por muy especial que me sienta tengo que estar en esta pecera ocho horas al día!
—¡Vale, vale, no me cuente sus penas! ¡Que cada uno “aguante su vela” como decía aquélla! Déme mejor ése que termina en quince
y a ver.
—¿Y a ver qué?
—Y a ver si hay suerte, hombre, ¿qué si no?
—Suerte, dice, tiene gracia.
—Oiga, usted tendría que motivar a sus feligreses, no me jorobe,¡para eso le pagan! Mejor, déme ese otro que termina en cincuenta y cinco, ya me está haciendo dudar…
—La gente —expone el cieguito—, vive con su vana esperanza de ganar un sorteo para dejar de preocuparse por la crisis. Vienen
cada día convencidos de que les va a tocar tal número y no otro, ¿se da cuenta?
—Pues no. ¿De qué me tengo que dar cuenta?
—¡Ponen su sueño en mis manos como si yo pudiera multiplicar los panes y los peces!
—¿No está usted exagerando?
—¿Exagerando? ¡Usted no tiene que tragarse su desilusión día tras día! ¡Esta crisis me está matando! Demasiado compromiso para mí… ¡Estoy hasta las pelotas!
—Perdón, ¿cómo dice? —exclamo con cara de pez fantasma.
—Luego —continúa el cieguito—, no les toca ni el reembolso, pero vuelven una y otra vez con la misma ofuscación, semana tras semana. Es insoportable. Son unos mendrugos idealistas. Si yo les digo: “éste es el bueno”, “éste seguro que toca”, ¡me creen como chiquillos! Luego se marchan y me quedo pensando: “¡otro imbécil!”. Creen a un pobre ciego que no ha tenido suerte en la vida... Incongruente, no? ¡La desesperación es lo que les empuja a invertir su poco dinero en esta basura!
—No diga eso. Usted vende ilusión, vende un rayito de luz…
—Vendo decepciones, señora, ¡sablazos!, si lo prefiere, vendo viento… Pero la gente regresa y yo me siento como un bellaco de tres al cuarto.
—Me está deprimiendo, caballero, y tengo prisa. ¡Déme el que termina en sesenta y tres y listo!
—¿Son los años que tiene usted?
—¡Pues no, señor!, ¡vaya grosería! En todo caso, son los euros que me quedan en el banco…
—Tenga, señora, ¡éste seguro que toca!
—¿Me toma el pelo? Viendo su fe en la suerte, casi prefiero que no diga nada… Me puede gafar el numerito.
—Váyase tranquila, ¡ése seguro que toca! —remacha con gesto depravado.
—Ah, pues mira qué bien, ¡adiós!
Al alejarme por la calle oigo a mis espaldas:
—¡Otra imbécil!
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