DOS MAÑANAS DE BUENOS DÍAS
Cuando te levantas por la mañana y lo primero que notas es un cuerpo frágil y tierno pegado a tu nuca y otro más, debajo de tu nariz, impidiendo inspirar y expirar correctamente, recuerdas que ser madre es no poder cambiar de postura en la cama o no poder leer con calma durante media hora cuando sale el sol. De repente abren un ojo y ahí se rompe el silencio de todo el día. A dos centímetros una sonrisa repleta de dientes de ratón me reta a un pulso. A medio metro, un bebé grandote me tira su chupete a la cara para hacerme entender que con el primer rayo de luz quiere llenar el buche. Vale, vale, ya voy, ya me levanto. Carajo, no me dejan ni despertarme como dios manda, todo es a trompicones, todo son saltos en la cama. El mayor baila porque se está haciendo pis. Ves al baño, corre, no esperes al último minuto! Lo siguiente es un charco justo al lado del WC porque efectivamente se ha bajado el pijama y no le ha dado tiempo a más. Esas son las mañanitas de mi vida.
Pero el puente de la Constitución es la tregua de fin de año. Los colegios cogen días de libre disposición y tenemos niños en casa toda la semana. Solución? a casa de los abuelos! Un par de días, sin agobiar, con medida, que luego encima les echo de menos y me siento culpable. Hoy es el segundo día de ese par de días. Hoy es la segunda mañana de ese par de mañanas libres, donde no hay un alma que me turbe el sueño, que se haga pis, que se mueva más de lo debido, que asfixie mi espacio vital. Hoy es el relax del año. Me he levantado a las 10 menos algo. Lo más tarde que mis entrañas se han dejado llevar. Lo normal es a las 7 o a las 8. A esa hora mi marido se pone un atuendo para ir a correr por el pueblo. Yo lo tengo claro, mi librito, mi cama, mi media hora sagrada. Estoy ahí, tapada hasta la barbilla. Llevo dos capítulos del tirón, sin sentir que se me cierra el ojo como cuando leo por la noche. Todo va bien. Mi marido ya anda escopeteado por las calles, para arriba y para abajo, resoplando como un toro cansao. El silencio es un consuelo infinito. De repente en el piso de abajo se oye un ruidillo que va aumentando y va aumentando hasta hacerse insoportable. La alarma de su móvil está sonando, él no está, yo no tengo ganas de salir de la cama en este día de relax anual. El ruido asesino se para. Ah, bueno, ya está. Dos segundos después se inicia de nuevo. Cuando los decibelios empiezan a retumbar en mi cabeza, entre línea y línea ya no me concentro. Salgo de la cama con resignación y bajo las escaleras farfullando como un dromedario. Le doy al botón de Omitir. Mmm ya estoy en la cocina, tengo hambre. Una madalena, un yogur de Micky Mouse, y voy a ver qué pone la panda en Facebook. Ah, voy a responder, hombre. El sol se entrega por mi derecha. El radiador necesita purgar sus intestinos a mi izquierda. El librito está sobre mi cama esperando mi regreso. Dejo dos líneas en mi blog literario y subo. Sin falta. Hoy es un día sagrado.
He quedado a comer con mi hermana y su chico. Por la tarde recogeré a mis dos monos de casa de los abuelos. Ayer el mayor me llamó porque tenía mamitis. Mama quiero mi casa, me decía. Quiero la mama y el papa. Hijo, mañana te voy a buscar sin falta vale? No, mama, mañana? Sí, hijo, tu papi y yo vamos al cine hoy. Por qué no haces un puzzle con la abuela? Ya hemos hecho el puzzle, he terminado el puzzle. Bueno pues mira un poquito la tele y si te portas bien mañana te traigo un regalito. Un regalito? Le cambia el tono de su voz. Sí, qué te gustaría que te llevara? Un coche de carreras. Hijo, tienes millones de coches de carreras... Quiero uno azul y rojo. Buf, pienso. Encima personalizado. Bueno, veo a ver qué puedo hacer. Dale un poco la vara al abuelo hijo, así se te pasará el tiempo más rápido. Mañana voy para allá. Un besito mi amor. Xuic se oye al otro lado. Adios mama.
Luego un cine corriendo. La mama y el papa van a cenar al mexicano de Mataró Park. La misma mesa del mismo rincón. Nuestra mesa por favor, siempre la misma. Es esa de ahí. Es la costumbre ya. La camarera nos mira con ternura. Donde quieran niños, nos dice con acento mexicano. Unas enchiladas, una ensalada de aguacate, un brownie de chocolate con helado de vainilla. El cielo divino. Todo es perfecto. Un besito y al cine. Jane Eyre. A media película mi marido empieza a renegar mediante ligeros suspiros y miraditas de reojo. Tanto romanticismo roza la histeria. El señor de la casa se enamora de la institutriz de la niña. Ella es muy seria y distante pero siempre tiene la frase adecuada en la boca y a él eso le vuelve loco. Ella nunca parpadea. Es insolente de pupila. Él no está mal, es interesante. Se prometen amor bajo un árbol en la escena más empalagosa desde lo que El viento se Llevó pero a mí me encanta. Me meto en la piel de ella y vivo ese momento exagerado e irreal. Ese amor de cartón piedra. Me dejo llevar como una mujercita tontorrona del SXIX. Me enamoro en la película. Me beso con ese tipo. Me llega el bufido lateral de ahogo de mi marido. Ni caso. Los protagonistas siguen besándose. Sopla un viento de repente. Y ese viento? Es cierto que es más romántico un beso con brisilla pero ahí casi les azota el huracán! Dale, no importa, cuánto amor! Enamorarse en las películas, frente a la gran pantalla, y durante un instante, te hace olvidar las noches sin dormir, las paredes pintadas de rotulador rojo, los pises insalvables, los "mama tengo hambre" y "mama no me quiero duchar". Ahí está mi ratito de escape. Como un pedo retenido cien años y que por fin retumba sin cadenas.
Dos días sin niños equivale a escuchar el Requiem de Mozart en la maravillosa basílica de Santa María del Mar y volar al mismo tiempo. Pero cómo quiero a esos monos de feria! Estoy loca por ellos!
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