viernes, 10 de febrero de 2012

CUENTOS INACABADOS...


No hay nada más triste que una historia sin final, sea la que sea, donde los personajes se quedan bailando en una especie de limbo eterno, aburridos, supeditados a una mano creativa perezosa.

Cuando era jovenzuela empezaba proyectos que luego no terminaba. Tenía mucho ímpetu y las ganas de hacer y deshacer me comían por dentro. Quería probarlo todo por lo menos una vez, estudiar esto, ver aquello, subir montañas y reconstuir el mundo.  Tenía un bullicio de intenciones exultantes que iban y venían y desgastaban toda mi energía vital. Todo me atraía. Todo me enamoraba. Querría haber aprendido algún instrumento. Querría haber estudiado más de una carrera. Querría haber escrito e ilustrado cuentos. 

No obstante, los personajes venían de noche, cuando me quedaba en duerme-vela, despierta pero dormida. Ahí me visitaban todo tipo de seres extraños que siempre había deseado crear y dar vida. Iban y venían como horneadas de madalenas que nunca debían ser comidas. 

El señor del quinto que quería comprometerse con el amor de su vida pero a su vez tenía que lidiar su corazón con una bibliotecaria, la niña que al subir las escaleras de una comunidad tocó un botón equivocado y sonó el timbre en casa del señor del quinto, que había decidido suicidarse antes de traficar con sus sentimientos. El perro que le quitaba el sueño por las noches con sus ladridos cortos y secos. Las abuelitas indefensas del tercero que vestían con vestidos floreados de la casa de la pradera, y sus vidas, sus minuteros, sus manías. Todos los personajes que uno puede ir acumulando en su mollera sin darles salida permanecen en un rincón, esperando aquel bus que les lleve a cualquier lugar. -Qué bus tan lento!-

Yo tengo muchos diarios, casi todos garabateados hasta la última página. No obstante, se me coló en ese cajón prohibido un libro de aquellos que solía comprar en  épocas adolescentes. Esos montones de páginas blancas donde pretendía cargar a base de chorradas varias. Un día de mi vida, con quince años, empecé a escribir un cuento, el cuento más triste de todos los que se han escrito, y encima, el pobre quedó inacabado.

Cuando abrí ese librito muchos años después lo recordé enseguida. Recordé aquella etapa tan gris de mi adolescencia que volvía gris todo lo que tocaba. Incluso lo que escribía.

Se cansó la niña del argumento y sus personajes quedaron ahí, levitando entre página y página, como quien no quiere la cosa.







El cuento más triste del mundo .... y sin final feliz.

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