¿EN EL MUNDO TODO ES RELATIVO?
Mi derecha es relativa, igual que tu izquierda. La edad es relativa. El tamaño es relativo. Y el tiempo. Y la proximidad. Arriba y abajo son relativos.
Aunque parece insignificante ahora, la humanidad se cuestionó seriamente todos estos conceptos. Antes de saber que la tierra era redonda se hicieron esa curiosa aunque lógica pregunta: "¿Cómo van a andar los hombres cabeza abajo?"
Más allá de genios canosos y despeluchados, para mí la vida etérea también es relativa. Es cierto que cada situación nos encumbra preguntas, todas ellas relativas con sus respectivas respuestas, también relativas. ¡Qué laberíntica incertidumbre!
El amor es relativo, a veces nos recuerda más a una simple necesidad de acechar a toda costa lo que nos falta. Ese millar de carencias que nos complementan, que nos redondean. La edad es relativa, uno es joven o viejo dependiendo de qué, partiendo de qué punto, comparando qué cosas? ¿Mi vida es corta o larguísima? A mí me preocupa que esa relatividad no nos haga profundizar más en algunos aspectos. Aspectos sanos. Creo que es sano relativizar. A mí a veces me resulta incluso cómodo, como el sofá más mullido, como la playa más cálida. Relativizar es reírse de lo absoluto. No lo conozco pero no me importa. No me quita el sueño. Esa relatividad es un poco burlona. Nos deja siempre una incógnita, y con ella tenemos que vivir. ¿Tiene sentido cualquier afirmación? ¿Tiene sentido cualquier preocupación? ¿Hasta qué punto debemos relativizar? Para mí, hasta el punto de encontrar el equilibrio para no caerse. Con eso me basta.
Einstein se preguntó si lo relativo era absoluto y lo absoluto resultó ser relativo. ¿Se movía o no un tren? ¿Ahora era noche o día?
Yo me pregunto hoy sobre la relatividad. Hoy me siento relativamente serena, tal vez porque esa siesta me ha permitido levantarme lúcida o semilúcida. En mi ventana esa mosca es relativamente incordiante pero se va a llevar una colleja relativamente contundente como no se pose ya de una vez en cualquier sitio.
Imaginémonos un tren de 5.400.000 km de longitud que marcha rectilínea y uniformemente a una velocidad de 240.000 km por segundo. Supongamos que en algún momento en el centro del tren se enciende una bombilla. En el primero y último vagón van instaladas unas puertas automáticas que se abrirán en el momento en que la luz incida sobre ellas. ¿Qué verá la gente que va en el tren y qué verá la gente que se encuentra en el andén?
Hay que ser un iluminado para formular tal pregunta! Honestamente, no dispongo de tiempo físico para resolver tal intriga porque tengo que duchar a los niños a las 19h y darles la cena a las 20h. Me cuesta comprender que la luz se propague a 300.000 km por segundo. Ya concibo mal esa idea, señor Einstein, incluso me molesta. Hoy sólo me gustaría relativizar sobre España pero también cuesta. Cuesta porque lo que nos rodea es absolutamente inverosímil y poco alentador. Rajoy me joroba relativamente, digamos que no me quita el sueño. Su seseo por cierto, es absolutamente cansino, igual que sus discursos. Y ahora, encima, se siente soberbio, indestructible. Lo que puede suceder en mi País con este hombre, sinceramente, no es relativo, es un fastidio.
Hay una duda que me ronda por la cabeza a veces, sólo en algunas ocasiones, generalmente cuando no hay ruido exterior que me nuble la sesera y es, ¿Cuando se crea una situación difícil y hay un experimento que resolver, triunfa siempre el principio de la relatividad? Triunfa siempre la ciencia?
¿Cuándo erramos en nuestros razonamientos? Cuando estos nos hacen sentir mal y lo único que podemos hacer es relativizar, y aún así, no lo hacemos.
No obstante, en nuestra sociedad, desgraciadamente, todo es tan relativo! La paradoja está servida...
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