MI SECRETO EN EL CAJÓN DE LOS CALCETINES
Cuando ojeas hacia atrás, como los cangrejos melancólicos, puedes cometer el peligroso vicio de encajarte en un molde oxidado.
De repente hoy no me apetece releer historias de caca agria. No me apetece sobrevivir a algunas experiencias. Hoy decido vivir diferente y dejar ya ese vicio horrible de pegar el chicle debajo de las mesas. Con esa metáfora pringosa me refiero a que acabo de hacer añicos todo un volumen del año 2002 con los ojos cerrados y sin una salpicadura de culpabilidad. Que agustito me he quedado viendo todos esos trozos de yo niña tonta esparcidos por el suelo.
Lo importante del día es que sigo aquí, que todavía me quedan dedos para teclear y que me siento bien con lo que me rodea. De modo que guardo todo eso en una caja cualquiera, una más bien pequeñita porque las reflexiones ocupan poco, luego la envuelvo en celofán cursi, y finalmente la escondo en el tercer cajón de mi armario privado, entre camisetas de algodón y calcetines. Ese es el secreto que hoy acuno en mi casa.
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