(El tiempo es un ruidoso tic-tac que no se escucha.)
Tic-taqueamos sin querer, sin pedirlo, sin remedio, en color, en sepia, en blanco y negro, dormidos, despiertos, sentados, ladeados, comiendo, subiendo escaleras, comiendo magdalenas, haciendo pis, mientras nos quejamos o nos bañamos, en un quinto piso o cogiendo el metro.
Hoy era aquel día que decías que serías mayor. Hace veinte años decías, en 2012 tendré tantos años. Buf, son un montón de años pero todavía queda mucho para eso! Pues no! Ja! Hoy es ese día que soñaste que tardaría. Y no te has dado cuenta. No has podido darle esquinazo.
Un día te levantas por la mañana y estás tomando el sol, con los ojos cerrados, sobre una mesa de madera desteñida por el sol, en esa montaña en la que vives. Tienes quince años. Las preocupaciones de ese día son el chico que te gusta, el examen del jueves y una pizca de inquietud por el sentido de la vida, que está ahí, en paralelo siempre, acompañándote, a veces incordiando, como un sexto sentido que agrupa los otros cinco. Un poco de por qué esto y por qué aquello. Yo lo llamo filosofía de estar por casa. Te llama cuando estás ahí, dándote un baño de luz sobre esa mesa robusta y envejecida.
También piensas en el futuro. Piensas si siempre harás cosas, si siempre tendrás ganas. Te sientes indolente en ese momento concreto y dudas porque la vida parece tan larga cuando tienes quince años... Son muchas mañanas por delante, y el mismo número de tardes y noches. Todo eso está ahí, en nuestro haber, latiendo bajito...
Habrá que estudiar, crecer, encontrar esa media naranja o ese medio mandarino, todo depende, habrá que tener hijos, criarlos y ahuyentar sus inquietudes para que sean felices. Y mientras tanto, la vida irá haciendo su curso y te irá transformando. Eso es tarea suya, por lo menos. El levantarse un día con otra cara, otra expresión y otras responsabilidades, en otra casa, tal vez otra ciudad y con otra vida, eso lo traerá la vida en sí misma. Está incluido en el pack de viaje que te dan cuando naces. Tienes esa entrada para subirte al tren, que ya viene echando humo.
Ahí estás, pues, en esa mesa tomando el sol. Pensando en tus cosas etéreas. Y no te das cuenta pero ahí está el minutero tocando las narices, aunque no lo oigas. Te va susurrando: Tic-tac esta es tu vida. Tic-tac vívela mientras exista. Pero tú estás obnubilada rememorando los ojos maravillosos del chico ese, que seguro que es un tarugo pero a ti te parece perfecto. Preocupada porque ese examen está ahí y no le has dado palo al agua. Sumisa en un vaivén de pequeñas confusiones y preguntas sin respuestas. Y también de inseguridades.
De repente abres los ojos, tras ese momento indiscutiblemente tuyo e íntimo de relax, de desconexión, pero para tu sorpresa la mesa curtida ya no está bajo tu espalda. Te incorporas en un banco de un pequeño jardín. Es el jardín de la casa que imaginaste hace millones de años. Las ambigüedades aún bailan por tu cabeza porque sigue siendo la tuya y no la del vecino, aunque son otros desvelos muy distintos: comprar rodilleras en El Corte Inglés porque tus hijos destrozan los pantalones, qué hacer de cena, la reunión del jueves con mi jefe que tengo que preparar... Y un poco más allá, aún, ése sentido de la vida, que se va transformando y se atenúa pero que no caduca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario