¿Mamá me cuentas un cuento?
Érase una vez un mundo que recorrer, que explorar...
En ese mundo hay un punto de salida y uno de llegada. Esperamos que el de llegada esté lejos, que parezca inalcanzable, que quede mucho, que se demore, que nos deje tranquilos una buena temporada.
Las cosas son irremediablemente así, un día venimos y un día nos vamos, y lo del medio es lo único que cuenta, lo que le da sabor, lo que llamaríamos, para que tú me entiendas, el jamón del sandwich.
Generalmente, en el transcurso de una vida hay varias etapas. No las conoces bien hasta que no las tocas con la mano pero, a veces, casi se puede advertir el misterio de cada una de ellas alargando el cuello y simplemente mirando a nuestro alrededor.
Está la etapa de la niñez, que es la tuya, que es la más bonita y la más corta aunque extrañamente nos parece que ha sido larguísima pero no porque sea un tostón sino porque está repleta de anécdotas y descubrimientos. En esta etapa de tu vida tenemos todas las horas del reloj a nuestros pies, brillando, relucientes, invitándonos a pasar y ver el espectáculo. Todo es sencillo, el blanco es blanco y el negro es negro. No hay grandes preocupaciones, basta con jugar y aprender. No entendemos los grandes conceptos. No advertimos las catástrofes que nos rodean. No hace falta. En tu mundo nada es cierto. Todo es como tú lo imagines. No hay que comprender los entresijos. Si te caes te levantan, con eso basta. Estás protegido.
Es esta etapa a la que querríamos aferrarnos toda la vida pero dura un instante y luego ya no está y se echa de menos.
La niñez es un revoltijo de diapositivas en sepia. Es lo que queda que nos confirma que vivimos durante un tiempo como gnomos de jardín. Las mesas son muy altas, el cielo infinito, los zapatos siempre están llenos de arena, la lluvia resulta divertida (cuando dejó de serlo?), tus rodillas siempre están peladas, las manos son pequeñas y torpes. Todo se rompe fácilmente aunque los sueños son siempre mágicos.
Hay que asegurarse de que un día esas fotos serán nostálgicas porque fueron instantes perfectos, porque lo recuerdo y me gusta como me siento.
Cuando mirar hacia arriba era transformar nubes en cosas.
Cuando eras tan alto como el perro de tu tía.
Cuando caminar era divertido sólo si crujía el suelo.
Mi trabajo es asegurarme de que tu infancia tenga valores donde agarrarse, donde protegerse. El núcleo ya lo tienes, una familia que te recuerda quien eres y de donde vienes.
Ahí están algunos de esos momentos ya, clasificados, archivados y bien guardados para que no se pierdan nunca.
No quieras crecer demasiado deprisa. Saborea tu niñez mientras puedas. Las otras etapas las dejamos para más adelante.
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