martes, 25 de octubre de 2011




Los perros en el jardín de la abuela saludan con entusiasmo y lamen manos. Son unos pelmas. Cocó arrastra sus veinte años por la terraza. Maúlla como una puerta oxidada y de vez en cuando te pide un compasivo arrumaco. Estoy aquí, dice, sordamente. Qué pena verte tan pellejuda Cocó, con lo que tu fuíste...

Y yo, en un rincón de ese jardín, como si tuviera quince años, anoto en mi portátil cosas sueltas, como migas de pan que se esparcen por un camino, para dejar huella. 

Con quince años escribía sandeces de amores y odios. Muy instintivo. Muy visceral. Genuino. Todo muy respetable pero en el fondo un sinfín de chorradas. La adolescencia, qué tiempo tan desordenado! Sin raíces donde agarrarse, uno levita por las calles como una pelusa de viento perdida. Luego, poco a poco, se va posicionando, se va conociendo y a veces se va asustando. Uno es diferente a todo lo de ahí fuera. Siempre diferente. Y aunque eso es lo bueno, uno no se da cuenta. A los cinco minutos un rendez-vous frente al espejo. ¡Ah si!, esa soy yo... Paso firme de tres segundos y luego un temblor, y de nuevo cita con esa cara de mirada incrédula. ¿Qué te pasa, no te reconoces en mí? ¿No te gusto? ¿Es la nariz? ¿Es el pelo? No, son mis quince años que ya han llamado al timbre. Es mi adolescencia turbia. Es quiero. ¿Es merezco? Es, ¡qué miedo!. Me deslizo de nuevo de puntillas para no hacer ruido, para no causar estruendo, para ser la sombra sin nombre que tiene recelo y no quiere que se sepa...

Mi diario en el año 90 empieza con un voto de confianza a unas páginas mudas. El resto de las páginas son recortes de simpatías, flechazos ardientes y altercados en casa. Hay peleas con ese señor poco simpático que vive con mi madre, hay una hermana poco comunicativa, hay una madre poco efusiva. No hay besos. Luego están las acelgas con patatas, Epi y Blas, largos paseos con mis perros, y mis ratos mágicos. Ahí estoy subida a un árbol, mirando sin ver, borrosa. Todas las nubes cobran forma y se mueven como yo quiero. Ahí estoy tumbada en mi cama repasando las imperfecciones del techo. Sueño despierta. Ahí estoy en un rincón haciendo qué sé yo qué. Ahí dibujo un poco. Allá un atracón de galletas. Aquí un tropezón. Y por las noches, mi diario. Mis descubrimientos. Mis ingenuidades. Y así van pasando mis días. Nada especial. No hay piano en casa porque es muy caro y mi madre dice que soy poco constante. Pues a la tele, que es más barata y anula el cerebro.

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