Los
perros en el jardín de la abuela saludan con entusiasmo y lamen manos. Son unos
pelmas. Cocó arrastra sus veinte años por la terraza. Maúlla como una puerta
oxidada y de vez en cuando te pide un compasivo arrumaco. Estoy aquí, dice,
sordamente. Qué pena verte tan pellejuda Cocó, con lo que tu fuíste...
Y
yo, en un rincón de ese jardín, como si tuviera quince años, anoto en mi portátil cosas sueltas, como migas
de pan que se esparcen por un camino, para dejar huella.
Con quince años escribía
sandeces de amores y odios. Muy instintivo. Muy visceral. Genuino. Todo muy
respetable pero en el fondo un sinfín de chorradas. La adolescencia, qué tiempo
tan desordenado! Sin raíces donde agarrarse, uno levita por las calles como una
pelusa de viento perdida. Luego, poco a poco, se va posicionando, se va
conociendo y a veces se va asustando. Uno es diferente a todo lo de ahí fuera.
Siempre diferente. Y aunque eso es lo bueno, uno no se da cuenta. A los
cinco minutos un rendez-vous frente al espejo. ¡Ah si!, esa soy yo... Paso firme de
tres segundos y luego un temblor, y de nuevo cita con esa cara de mirada
incrédula. ¿Qué te pasa, no te reconoces en mí? ¿No te gusto? ¿Es la nariz? ¿Es el
pelo? No, son mis quince años que ya han llamado al timbre. Es mi adolescencia
turbia. Es quiero. ¿Es merezco? Es, ¡qué miedo!. Me deslizo de nuevo de puntillas
para no hacer ruido, para no causar estruendo, para ser la sombra sin nombre
que tiene recelo y no quiere que se sepa...
Mi diario en el año 90 empieza con un
voto de confianza a unas páginas mudas. El resto de las páginas son recortes de
simpatías, flechazos ardientes y altercados en casa. Hay peleas con ese señor
poco simpático que vive con mi madre, hay una hermana poco comunicativa, hay
una madre poco efusiva. No hay besos. Luego están las acelgas con patatas, Epi
y Blas, largos paseos con mis perros, y mis ratos mágicos. Ahí estoy subida a un
árbol, mirando sin ver, borrosa. Todas las nubes cobran forma y se mueven como
yo quiero. Ahí estoy tumbada en mi cama repasando las imperfecciones del techo.
Sueño despierta. Ahí estoy en un rincón haciendo qué sé yo qué. Ahí dibujo un
poco. Allá un atracón de galletas. Aquí un tropezón. Y por las noches, mi diario. Mis
descubrimientos. Mis ingenuidades. Y así van pasando mis días. Nada
especial. No hay piano en casa porque es muy caro y mi madre dice que soy poco
constante. Pues a la tele, que es más barata y anula el cerebro.
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