Otoño 2011
Blanca Divago
A
veces releo lo que escribía con doce años. Me parece tremendamente tonto y
desaborido. Y yo, perdida, boba y muy inocente. Entre niña y algo que empieza a
dejar de ser niña, eso son mis doce años.
Solía preguntar a mi madre si ya
había dejado de ser pequeña porque mis nudillos se habían definido hacía
tiempo. Antes eran tiernos huecos y luego unos duros montículos. En el coche
recuerdo haberle hecho esa pregunta. Ya soy mayor? Y escuchar a mi madre
responder "desde luego". Y claro, el resto del viaje, yo era ya un reflejo
decepcionado de mi misma, en la ventana, junto a esas luces difuminadas que
llegaban de no sé donde.
Mi hermana a mi lado dormía, nada le quitaba el sueño.
El día se tornaba noche y la noche día, y yo sufría los segundos del reloj que
iban acentuando mis mejillas y me iban convirtiendo en una mujer joven, en una
dama de cuento anodino. A quién me parezco? Soy como tú? Mi madre callaba en el
asiento de delante y yo me embarcaba en una revuelta de egos pequeñitos que se
peleaban por sentarse en la misma silla. Luchar contra ellos es luchar contra
mi misma porque descubro que no soy quién creía ser.
No
recuerdo casi nada de lo que fui antes de los doce años. Hay un horizonte en
ese punto y más allá un vacío de memoria general. En ese lugar a veces me encuentro
cuando me adormilo. Pero mis sueños son reales o un simulacro desesperado de
algo que me obsesiona?
Cuando
no entiendo, me nublo. Debo chispear desde antes de nacer. Los genes de mi
madre, desamparados, siempre han caminado bajo un rayo que les cuece el culo.
Ayer y hoy. No me deja preguntar. No le gusta recordar. No me habla. No me
cuenta. Mi vida a medias. Me conozco al cincuenta por ciento. Y así he crecido
estos años, en un sinfín de espacios sordos, imaginando lo que falta por decir,
por ser, inventando contextos tan postizos como inusitados. Por eso siembre
divago. Divago de niña y ahora, que ya soy mayor. De niña anotaba mis merodeos
en un cuaderno, con lápiz de punta rota y goma con sabor a nata. De mayor mi
teclado aligera el vaivén y así escapan menos vientos. Cuando divago
me agoto y suelo irme a dormir. Cuando duermo divago de nuevo y me despierto, fatigada de mi. Entonces vuelvo a divagar
y cierro los ojos resoplando. Un bucle de
mariposas inútil. Divago en la ducha. Divago en mi silla, frente a la pantalla
del ordenador. Ahora, divago. Yo me apellido Divago. Blanca Divago.
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