sábado, 22 de octubre de 2011




Lucas  tiene casi dos años y dice: co-che, pa-pa, ma-ma, te-te (chupete), agua, abú (yogur), pé (pez). Lucas ronronea en la cuna cuando le cojo de la mano. Me mira como si fuera la mujer de su vida, la más importante, la que le protege, la que le persigue por toda la casa jugando, la que hace sopa de fideos.
A Lucas no le gusta hacerse caca y que no le cambien en seguida.  Se acerca donde yo esté y me dice "mama caca" y entonces, su sabio instinto le hace subir las escaleras, con tranquilidad, ya llegará, sin prisa, cruza el pasillo a buen trote y entra en su habitación. Se tumba en la camita de su hermano y espera a que yo llegue para cambiar su pañal. Si tardo cinco minutos porque estoy pelando cebollas esperará dos minutos más. Luego, me llamará a voces y yo llegaré sonriendo porque mi bebé es tan limpio como un felino, y eso me hace gracia. No es lo habitual. 
Lucas se ilusiona con las cosas. Le apasiona la piscina. Este verano aprendió a tirarse con manguitos. No había quien le parara.  Se lanzaba de forma atolondrada, sin medir distancias con el borde, y a las mamás se nos ponía la piel de gallina. Sus descubrimientos le vuelven loco de la emoción. También es obstinado, arrollador. Sabe lo que quiere y no le gusta el flan. No hay forma de que lo pruebe. No le entra por los ojos y eso es suficiente. Es un príncipe con la cabeza muy asentada. Lucas tiene los ojos pardos como su bisabuela. Lucas da saltitos como una rana torpe. A menudo fastidia los DVD con sus dedos pringosos y hay que tirarlos a la basura.

Miguel  tiene casi cuatro años y dice siempre: y yo? y yo? y yo?, eso es mío (con ese egoísmo de su primera adolescencia), queseso?, y el fatídico y temido por qué. Miguel se ríe como un ángel de ojos pícaros y con un montón de dientecillos de ratón. Miguel aprende tres lenguas a la vez y está confundido. Lo mezcla todo a su antojo pero se hace entender. Miguel hace pipí de pie en el colegio pero en casa su mamá le pide que se siente en la taza para que no salpique, como lo venía haciendo. Miguel y mamá ayer repasaron la fonética de oso, ojo y ocho. Miguel una tarde bajó la persiana exterior eléctrica que da al jardín a la vez que salía fuera y no pudimos entrar en casa hasta que llegó papá y nos liberó. Miguel se bebe la leche con pajita para que olvide su biberón. Miguel le arrebata el tete a su hermano cuando quiere sentirse bebé y entonces vuelve a ser el pequeñito de la casa que reclama mimo. Miguel regaló su tete a Papa Noel con tres años y éste le trajo un coche chulo. Con el tiempo me pidió que Papa Noel se lo devolviera porque se había cansado del coche chulo. Se sintió estafado. No había vuelta atrás. Papá Noel nunca devuelve los chupetes porque los colecciona. Miguel le quita los juguetes a su hermano para hacerle rabiar pero por la calle me pide llorando que le coja la mano a su hermano para que no le atropelle un coche. Le cierra el paso si se dirige a unas escaleras. Le guía. Le custodia sin saber que lo hace. Eso me derrite. Cuando le enseño una vaca a Miguel y le pregunto de dónde viene la leche, me responde que del bibe.

Lucas muerde a su hermano con sus siete dientes cuando éste le chincha. Aprende de prisa. Lucas se duerme solo en la cuna desde siempre. Come con apetito. Lucas es obediente y sabe escuchar. Lucas ya  baja solito las escaleras, agarrado al pasamanos. Aprendió muy pronto a hacerlo. Lucas mira a su hermano mayor sin pestañear, como si fuera un Dios, y repite todo lo que él hace, una mueca, un grito, un saltito. El mono pequeño copia al mono mayor. Y cuando el mayor se pasa de la raya el pequeño se refugia en mis faldas y me hace la pena.

Miguel y Lucas ya juegan juntos y crean historias fantásticas. Se cogen de la mano. Se buscan. Luego se atropellan pero se entienden. Son muy diferentes y aún así, se necesitan.

Papá llega tarde a veces pero qué agradable cuando gira la llave en la cerradura anunciando su regreso. Se quita los zapatos y recibe a sus niños. Viene hambriento. Se le ve cansado pero nunca lo dice. No se queja.

La abuela de Miguel y Lucas siempre hace macarrones cuando comemos en su casa. Por eso jamás hago macarrones en casa. Antes la abuela cocinaba cremitas, sopas y cazuelitas humeantes pero ya son historia. El pollo ahora lo compra hecho. A su marido, ensalada y filete. La abuela está perezosa. La abuela y el abuelo se intoxicaron con pasta de huevo y estuvieron cinco días de cagalera. La abuela le pilló un dedo al abuelo con la puerta y se le ha quedado la uña negra. El abuelo gruñe a menudo. La abuela pinta y se come mucho el coco. Los abuelos quieren mucho a sus nietos.

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