miércoles, 21 de diciembre de 2011

GRACIAS POR LA FELICITACIÓN DE NAVIDAD,
me encanta!!!


Cuento de Eva (Historia de Harry & Sam)
Dedicado a sus papis y a su hermano
 

Ahí va la historia a pasitos...













De hecho, Harry se fue a vivir con una familia vecina, y Sam... Bueno, Sam todavía ronda por casa de los abuelos. Tiene ya 12 años y es un gato muy feliz!!


Gato Sam con mi niño Michel cuando tenía 2 años.


martes, 20 de diciembre de 2011

jueves, 15 de diciembre de 2011



1 de Octubre de 2009

Una mañana de otoño, recién empezada la estación, esa mujer se encuentra en su casa, tecleando en el ordenador, como siempre, con el pelo revuelto y en pijama. Acaba de desayunar sus cereales con leche y además ese bollito prohibido que no debería. Está pensando en ducharse pero la pereza le inunda los deseos. Se sienta en frente del ordenador y teclea. Teclea y teclea durante un buen rato, hasta que siente ganas de hacer pis y eso rompe el momento de inspiración.

Lleva un mes en casa, de baja. Está embarazada de casi nueve meses. Echa de menos el trabajo y socializar con sus compañeros de la oficina. Hay un niño dentro de su vientre, su segundo hijo. El primero cumple dos años aproximadamente en un mes con lo cual se llevarán un par de veranos de diferencia. La madre pensó que llevándose poco harían migas. Esa fue la razón de la prontitud del segundo. El papá no pudo estar más de acuerdo.

Mientras cae la gota fría en España y hay Tsunamis en el Caribe, ella está en su casa tranquila, ajena al mundo. Y ausente. El tiempo se ha detenido. Parece que ese mundo del revés que sacan en las noticias a todas horas cae lejos de su avenida y de su paz interior. Parece un mundo soñado, ojalá lo fuera, pero en las calles hay una crisis financiera verdaderamente importante. Hay millones de personas desorientadas y pasando penurias, sin un euro para comer.

“Cómo debe ser vivir así? Y si encima tienes hijos?” 

Poner las noticias de la tele o comprar un periódico le enerva porque todo son miserias y desgracias: muertos aquí, víctimas allá, adversidades arriba y más decadencia a la vuelta de la esquina. “Quién ha matado a quién esta vez?” Cuando lo piensa se le agota el corazón, que late sin más, por inercia. Le hostiga ver que la gente disfruta con las corridas de toros, le agobia que Zapatero y el barbas se comporten como críos de guardería en vez de hacer algo útil por la gente. “¿Por qué Rajoy tiene la mirada huidiza?” Piensa que eso le quita mucha veracidad. No se cree nada de lo que dice. Le mira con la ceja alta, incrédula. “¿A quién pretende convencer?” Mientras estas dos marionetas montan su espectáculo y pelean por ser líder, millones de niños pasan hambre y frío. Pensar eso le cabrea. “En menudas manos estamos… qué miedo"

La mujer se llama Blanca. Blanca piensa a veces en todo lo que podría resolver en el mundo si tuviera una oportunidad. Pero se siente granito de arena. Impotente. Sueña a veces con un chasquido mágico de sus dedos. Y plaf! el mundo del derecho. Sigue soñando, Blanca...

Su bebé se llamará Marco. Tendrá una manchita oscura en mitad del pecho, los ojos verdes y ese pelo castaño y revuelto de su madre.

martes, 6 de diciembre de 2011

DOS MAÑANAS DE BUENOS DÍAS




Cuando te levantas por la mañana y lo primero que notas es un cuerpo frágil y tierno pegado a tu nuca y otro más, debajo de tu nariz, impidiendo inspirar y expirar correctamente, recuerdas que ser madre es no poder cambiar de postura en la cama o no poder leer con calma durante media hora cuando sale el sol. De repente abren un ojo y ahí se rompe el silencio de todo el día. A dos centímetros una sonrisa repleta de dientes de ratón me reta a un pulso. A medio metro, un bebé grandote me tira su chupete a la cara para hacerme entender que con el primer rayo de luz quiere llenar el buche. Vale, vale, ya voy, ya me levanto. Carajo, no me dejan ni despertarme como dios manda, todo es a trompicones, todo son saltos en la cama. El mayor baila porque se está haciendo pis. Ves al baño, corre, no esperes al último minuto! Lo siguiente es un charco justo al lado del WC porque efectivamente se ha bajado el pijama y no le ha dado tiempo a más. Esas son las mañanitas de mi vida. 


Pero el puente de la Constitución es la tregua de fin de año. Los colegios cogen días de libre disposición y tenemos niños en casa toda la semana. Solución? a casa de los abuelos! Un par de días, sin agobiar, con medida, que luego encima les echo de menos y me siento culpable. Hoy es el segundo día de ese par de días. Hoy es la segunda mañana de ese par de mañanas libres, donde no hay un alma que me turbe el sueño, que se haga pis, que se mueva más de lo debido, que asfixie mi espacio vital. Hoy es el relax del año. Me he levantado a las 10 menos algo. Lo más tarde que mis entrañas se han dejado llevar. Lo normal es a las 7 o a las 8.  A esa hora mi marido se pone un atuendo para ir a correr por el  pueblo. Yo lo tengo claro, mi librito, mi cama, mi media hora sagrada. Estoy ahí, tapada hasta la barbilla. Llevo dos capítulos del tirón, sin sentir que se me cierra el ojo como cuando leo por la noche. Todo va bien. Mi marido ya anda escopeteado por las calles, para arriba y para abajo, resoplando como un toro cansao. El silencio es un consuelo infinito. De repente en el piso de abajo se oye un ruidillo que va aumentando y va aumentando hasta hacerse insoportable. La alarma de su móvil está sonando, él  no está, yo no tengo ganas de salir de la cama en este día de relax anual. El ruido asesino se para. Ah, bueno, ya está. Dos segundos después se inicia de nuevo. Cuando los decibelios empiezan a retumbar en mi cabeza, entre línea y línea ya no me concentro. Salgo de la cama con resignación y bajo las escaleras farfullando como un dromedario. Le doy al botón de Omitir. Mmm ya estoy en la cocina, tengo hambre. Una madalena, un yogur de Micky Mouse, y voy a ver qué pone la panda en Facebook. Ah, voy a responder, hombre. El sol se entrega por mi derecha. El radiador necesita purgar sus intestinos a mi izquierda. El librito está sobre mi cama esperando mi regreso. Dejo dos líneas en mi blog literario y subo. Sin falta. Hoy es un día sagrado.


He quedado a comer con mi hermana y su chico. Por la tarde recogeré a mis dos monos de casa de los abuelos. Ayer el mayor me llamó porque tenía mamitis. Mama quiero mi casa, me decía. Quiero la mama y el papa. Hijo, mañana te voy a buscar sin falta vale? No, mama, mañana? Sí, hijo, tu papi y yo vamos al cine hoy. Por qué no haces un puzzle con la abuela? Ya hemos hecho el puzzle, he terminado el puzzle. Bueno pues mira un poquito la tele y si te portas bien mañana te traigo un regalito. Un regalito? Le cambia el tono de su voz. Sí, qué te gustaría que te llevara? Un coche de carreras. Hijo, tienes millones de coches de carreras... Quiero uno azul y rojo. Buf, pienso. Encima personalizado. Bueno, veo a ver qué puedo hacer. Dale un poco la vara al abuelo hijo, así se te pasará el tiempo más rápido. Mañana voy para allá. Un besito mi amor. Xuic se oye al otro lado. Adios mama. 


Luego un cine corriendo. La mama y el papa van a cenar al mexicano de Mataró Park. La misma mesa del mismo rincón. Nuestra mesa por favor, siempre la misma. Es esa de ahí. Es la costumbre ya. La camarera nos mira con ternura. Donde quieran niños, nos dice con acento mexicano. Unas enchiladas, una ensalada de aguacate, un brownie de chocolate con helado de vainilla. El cielo divino. Todo es perfecto. Un besito y al cine. Jane Eyre. A media película mi marido empieza a renegar mediante ligeros suspiros y miraditas de reojo. Tanto romanticismo roza la histeria. El señor de la casa se enamora de la institutriz de la niña. Ella es muy seria y distante pero siempre tiene la frase adecuada en la boca y a él eso le vuelve loco. Ella nunca parpadea. Es insolente de pupila. Él no está mal, es interesante. Se prometen amor bajo un árbol en la escena más empalagosa desde lo que El viento se Llevó pero a mí me encanta. Me meto en la piel de ella y vivo ese momento exagerado e irreal. Ese amor de cartón piedra. Me dejo llevar como una mujercita tontorrona del SXIX. Me enamoro en la película. Me beso con ese tipo. Me llega el bufido lateral de ahogo de mi marido. Ni caso. Los protagonistas siguen besándose. Sopla un viento de repente. Y ese viento? Es cierto que es más romántico un beso con brisilla pero ahí casi les azota el huracán! Dale, no importa, cuánto amor! Enamorarse en las películas, frente a la gran pantalla, y durante un instante, te hace olvidar las noches sin dormir, las paredes pintadas de rotulador rojo, los pises insalvables, los "mama tengo hambre" y "mama no me quiero duchar". Ahí está mi ratito de escape. Como un pedo retenido cien años y que por fin retumba sin cadenas. 


Dos días sin niños equivale a escuchar el Requiem de Mozart en la maravillosa basílica de Santa María del Mar y volar al mismo tiempo. Pero cómo quiero a esos monos de feria! Estoy loca por ellos!

jueves, 1 de diciembre de 2011

LAS MANZANAS ENCANTADAS DE MAMÁ CONEJO




En un bosque apartado y desconocido, donde nadie puede llegar fácilmente, viven cientos de animales anónimos. Algunos grandes y otros menos grandes, de hocicos bigotudos, orejas interminables o colitas espesas. Ahí está mamá conejo y sus niños, más allá Zorrillo Porrillo que va contentillo, también ardilla Pilla y el gordito de cola rizada, que viene, no muy contento, de pedir un crédito en el banco porque tiene mucha, mucha, mucha hambre.




Mamá conejo va con sus cuatro niños al prado de violetas, al otro lado del bosque, para coger manzanas y hacer una fabulosa tarta. Será una tarta muy especial. ¡Es el cumpleaños de Papá conejo! Papá conejo ha ido a la oficina muy temprano y no volverá hasta que el cielo oscurezca. El colegio está cerrado y el día es espléndido. Por eso, todos van a colaborar en los preparativos.


Por el camino invitan a todos los vecinos. -¡No faltéis!- grita mamá conejo.




Papá conejo cumple una edad complicada y se ha levantado de mal humor. Tras tomarse el café y sus pastillas contra la caída de pelo se ha marchado con la chaqueta del revés y los calcetines rosas de Mamá conejo. 


-¡Papá está cruzadísimo!- 


Papá conejo querría ser siempre pequeño y no tener dolores de cabeza. Por eso, mamá conejo le quiere sorprender por la noche, para que vuelva a estar de buen rollo.


Ahí está Michelito pastelito posando para una foto de mamá conejo. ¡Es un presumido!




Ahí están Marquito terroncito y Ferranillo pepinillo recogiendo el aperitivo para papá conejo y los invitados.




-¡Que no falten las zanahorias, que haremos un gran zumo para todos! -dice mamá conejo- Espero que no venga Colita Rizada, que se lo zampará todo!-




Tras el paseo vuelven a casa para preparar los manjares. ¡Debería estar todo perfecto!






Antes de que llegue papá conejo aparecen los invitados, con sus mejores galas y sin regalos, porque son un poco tacaños...




Papá conejo está de vuelta ya. Tiene los bigotes torcidos y las orejas de punta. -Cuidado, niños, que papá no tiene el día!




¿Cuál será la sorpresa de mamá conejo? Las mujeres siempre tienen un as en la manga. Mamá conejo está tranquila y sonríe. -¡Parece que Papá conejo todavía lleva la chaqueta del revés!-


De repente Papá conejo se detiene y huele un aroma embriagador. Y se sorprende al comprobar...




...que su fabulosa esposa le ha preparado canelones con setas y su tarta de manzana especial, que no se sabe cómo la hace, pero siempre le hace sentir bien. 


Como dice Ferranillo Pepinillo: ¡Las manzanas de Mamá conejo están encantadas!-




(A esa gran familia, al otro lado de la montaña. Me gustó mucho veros!)

martes, 29 de noviembre de 2011

VISITA EN BLANCO Y NEGRO


A veces ocurre. A veces te paras a pensar que el tiempo pasa muy deprisa. Demasiado. Y cuando miras atrás, ves el paisaje en tonos contrastados, sin texturas ni medias tintas, en blanco y negro, puede que incluso haya algo de gris. Aparecen objetos, notas sueltas, olores particulares y sentimientos. Y todo ese revoltijo vuela como un torbellino frente a nuestros ojos, cuando dejamos de abrirlos durante un instante. 


Este fin de semana hicimos un viaje de retorno a las raíces de la niñez, de mi niñez. Parece mentira que también fuera niña. Buf, me vienen tres suspiros y medio. ¿Cuáles fueron mis percepciones al aproximarme a aquel lugar? Alivio, por poder pisar de nuevo ese césped, sentido del deber porque no puedo permitirme olvidarlo, fragilidad porque aquél sitio ya no es el mismo, vértigo porque ahora soy mucho más alta, miedo por no entender quién era entonces, amor por haber estado ahí mientras crecía.


Para mis hijos un paseo, unas risas, una caída aquí, un moratón allá. Para mí, un retumbo de tambores antes del estallido final. Al caminar saboreaba el aire, el paisaje, el calorcito. Luego se torció la nota, cuando avisté aquellos dos personajes que siempre nos tocaban las narices. Dos vecinos de antaño, primates, que en vez de hablar mordían. Vestían de azul y limpiaban la maleza de la montaña, arrollando la paz con miradas siniestras. Qué miedo de pequeña. Qué miedo de nuevo. Siguen ahí, después de tantos años, a sus tareas, con un hacha en la mano o una sierra mecánica. Ella, contundente, bien armada. El hermano retrasado, sin voz ni voto. Ni caso, yo a lo mío. Sigo caminando y llego a mi casa. Ya no es mi casa pero de alguna forma lo sigue siendo. Me siento abrigada, segura, cuando la veo.


La valla se ha vuelto gris. Yo pasaba entonces por entre los barrotes, no sé cómo pero lo hacía. En todo caso no lo intento porque mi perfil ya no es el mismo... Todo tiene ese lánguido aspecto de abandono. La enredadera invade, la hierba está mojada y cubre los tobillos. Aquél magnolio ya no está frente a mi ventana, lo han jubilado. Las ventanas parecen más pequeñas, la piedra más pálida. Me recuerda al jardín del gigante, donde nunca sale el sol. Aquí sí que hay sol pero su luz no ilumina, aúlla como un lobo solitario denunciando que nadie cuida este rincón.


Esa era mi ventana. Mi habitación. Mi primer rayo de luz antes de levantarme para ir al colegio. Luego los cereales en la cama leyendo Tintín. Y una ducha. Y a correr que se escapa el bus y no llegamos. Y llevo calcetines diferentes y los deberes están muy crudos. Pero tengo doce años, y eso lo compensa todo. Le da sentido a todo.


Esa mesa era mi templo de bienestar después de comer. Tomaba el sol durante horas mientras leía el suplemento de El País, mi favorito los domingos. Un gran cojín bajo la cabeza. Algún perro lamiéndome un pie. Algún gato acurrucado sobre mi jersey. Y los demás en casa viendo la horrible película de después de comer. La mesa me pertenecía.


En ese cadáver de balancín, donde antaño había un armamento de cojines a rayas, tomábamos la merienda con mis primos. Un pan con chocolate después de la piscina? un montón de hojas de otoño a su alrededor que barrer? "Niña! puedes rastrillar un poco?" 
Luego haríamos una fogata con esas hojas, y el olor de la estación quedaría impregnada en pelos y manos. Me veo ahí, recogiendo hojas, con algo de hastío porque me da pereza. 


Esa pared del garaje. Ese pajarillo pintado que nunca ha llegado a tomar tierra. Una tarde o dos para pintar todo eso más la pared que da al otro lado. Mi madre marcaba el ritmo de la operación. Ahí dejamos nuestra huella. Me parece simpático recordarlo.


Miro y, ¿qué veo? Veo mañanas y noches que pasan a cámara rápida, con sus nubes y sus puestas de sol, sus buenos momentos y algunos desgarros. Y luego hago una pausa y observo ahí a mis hijos y me doy cuenta. Qué cabeza la mía! Ya no existe la niña, sólo la madre atareada con otra vida y que de vez en cuando volverá a esa montaña para verse en blanco y negro, con siete años, subida a cualquier árbol.


Nos vamos. Aquí vivía mama cuando era pequeña, les digo a mis hijos. Mi hijo mayor no entiende que yo fuera niña alguna vez. Yo soy mamá solamente. La mamá que hace sopa y que les recoge cada día del cole. Más allá hay algo pero no se entiende muy bien el qué.


Al irnos, la vecina y su hermano se cruzan en mi camino, desafiantes. ¿Tú no eras la niña que vivía aquí? No, no, le respondo viendo vibrar su sierra mecánica. Qué va, qué va, yo sólo pasaba por aquí...

viernes, 25 de noviembre de 2011

A mi niño mayor, que hoy "me ha dado el día" y me ha pedido perdón cinco veces






Hay días y días. Noches y días. Días y noches. Hay mucho de todo eso. Van a buen trote, a buen galope. A veces el viento te da tan fuerte en la cara que no consigues ver el paisaje con claridad. A veces hay que sosegar la carrera y pararse a pensar qué cosas valen la pena. Qué cosas me estoy perdiendo y no me gustaría perderme. Qué me falta. Qué me sobra. Luego, vuelves a redirigir la carreta, subiendo y bajando montañas rusas, con subidones de adrenalina a veces y con ganas de vomitar en otras ocasiones. La vida es eso, un cúmulo de buenos y malos momentos. Y luego están esos detalles que cuestan advertir porque son tan rutinarios que se esconden entre la ropa, detrás de la cortina, en los zapatos de tu hijo llenos de arena, sobre la repisa del comedor, en la jardinera, en mi cepillo de dientes. Todo eso somos. Y mucho más. 


Hoy mi hijo mayor ha metido la pata y luego me ha pedido perdón cinco veces. Yo estaba muy cabreada porque no comprende aún la importancia de las cosas. Se lo intentas explicar y te responde, no pasa nada mama, no pasa nada. Y yo me quedo pensando, sí que pasa, hijo, sí que pasa. Las cosas hay que hacerlas bien. Hay que esforzarse en la vida para que las cosas sean bonitas. No vale todo. Sólo valen algunas cosas, algunas palabras, algunos gestos. Las cosas se rompen y mi hijo dice, no pasa nada mama. Se tuerce ese pis en la taza y me dice no pasa nada mama. Se pone los pantalones del revés y me suelta no pasa nada mama. Sí hijo, no pasa nada, no se acaba el mundo. Pero, y si intentamos hacer las cosas bien?


Hoy ha metido la pata el pobrecillo, porque no se da cuenta de las tonterías que hace. Se me olvida un pequeño detalle. Sólo tiene cuatro años. Y lo repite constantemente, mama, tengo cuatro, ya tengo cuatro, y me pone cuatro deditos locos. Sí, eres un cachorro. Y yo, que llego a veces corriendo de la compra, de trabajar, de subir y de bajar, y tengo los nervios al ralentí, me enfado sin querer. Puede ocurrir. Y subo el tono de voz. Y luego me arrepiento. Es que los días se hacen largos, y para terminar la jornada me encharcas el baño y la sopa se queda fría en tu plato. Pero sabes qué? que tienes razón, los días, las noches, y todo lo que arrastran en su vaivén, son perfectos. Son perfectos porque tú existes, y porque hay imperfecciones que no tienen importancia. Y que luego sanan porque se me olvidan. Y sólo queda lo bueno. Porque me despiertas por la mañana y me das besitos sin que te los pida. Porque te importa que me enfade y me pides perdón con tus entrañas. Porque me dices "te quiero como la trucha al trucho", sin saber que el trucho no existe. Porque sé que eso significa que me necesitas. Por eso ahora, en este instante, me detengo y me relajo, con una tila calentita, mientras duermes, y pienso en lo sabias que son tus palabras cuando me dices siempre que nunca pasa nada... 


No pasa nada, mientras tú sigas estando ahí.




Tu mama te adora, te quiere y lo siguiente...



miércoles, 23 de noviembre de 2011

LA CASA DE BLANCA SE VISTE DE BLANCO Y ROJO


A pesar de que aún falta un poquito para entrar en el mes de las fiestas, del consumismo, de las reuniones familiares, de los empachos, del frío de mil pares, de los nuevos propósitos y de todo lo que conlleva un derroche extra de energía, en mi casa nos hemos adelantado. La navidad ha metido un pie en este charco. Si lo hacen los de Carrefour, aquí también nos ponemos las pilas. Me voy a abstener, no obstante, de comprar turrones y polvorones, eso lo dejo exclusivamente para el Fum-Fum-Fum. De modo que sí, ya le hemos quitado el embalaje al árbol del año pasado, y resplandece donde toca. Así, los niños se van empapando de la magia que desprende toda esta historia, y que, para bien o para mal, está a la vuelta de la esquina. 


A la gente no le gusta la navidad. Si haces una encuesta el resultado sería inminente, que la navidad es un coñazo. Yo debo ser un espécimen verde de tres ojos. Rara, rara. Pero déjame revivir aquella época de esplendor, leñe, yo sí quiero. Negar la navidad es como echarle jugo de limón a un vaso de leche. Baj! 


Yo no sabía que el tiempo pasaba tan deprisa cuando tenía cinco años. Nadie me lo advirtió. He vivido un montón de fases, que no todas, en un parpadeo, y ahora caca, 36 años y sin billete de vuelta. Por eso, me filtro en la infancia de mis hijos, como una intrusa que sólo quiere un trocito de pastel. 











El señor Gingles se ha vestido de Papá Noel y espera con impaciencia su regalito bajo el árbol. Pero todavía es pronto para pensar en ello. De forma que dispone de mucho tiempo para relajarse y dormir. Este ratón es un perezoso! 



Los gnomos se besan bajo el muérdago porque trae buena suerte. Por eso las personas que creen en los gnomos siguen esa tradición en Navidad.


Ahora sólo falta un poquito de frío, y algún que otro copo. No muchos, sólo los suficientes para poder hacer una guerra de bolas de nieve.


domingo, 20 de noviembre de 2011





A veces, cuando tengo tiempo, barro las baldosas de mi terraza. Más allá, mi olivo, en todo su esplendor. Un fabuloso olivo centenario que brilla con luz propia. Mi trocito de césped, mis bichos, mis intrusos, algunos bichos bola, caracoles, lombrices sacadas de los cuentos de Poe que se resecan durante el día, algunas cacas del pajarillo ése loco que nos visita nervioso, arriesgando su vida tontamente ante las zarpas del gato vecino, Facundo, consentido gato rico, que a veces cruza nuestra propiedad sin pedir permiso. Al otro lado de la valla el ancho campo, abierto, abrupto, y otros felinos que adornan el paisaje, huérfanos, que no han tenido tanta suerte en la vida como Facundo. Llegan sin mimos y sin calefacción, apurando la generosidad de pocos. A veces se acercan demasiado a la carretera y les achucho para que se pongan a buen recaudo, otras no hay tanta suerte y pueden sufrir un altercado dramático de un golpe seco. 


Después de recoger a mis hijos del colegio vamos a ver a la camada de este año para darles comida.  Las gemelitas Poma y Pera son bellas ninfas de tres colores, verde, amarillo y naranja, y suelen ir en pareja a todas partes. Cuando se nos olvida llevarles pienso saltan el muro de casa y llaman a nuestra puerta de cristal que da al jardín. Tres toques y dos maullidos son la contraseña. Luego me visto y salgo, aunque sea medianoche y haga frío. Me siguen por la calle como chuchos pegajosos, mezclando sus patas entre mis piernas y haciéndome difícil llegar diez metros más arriba, donde tienen su campamento. Mis hijos van heredando ése pequeño gesto de amor por el prójimo.  Aparece por un recobeco el querubín travieso, al que llamamos Guisante, saltando como una rana, gordito. Éste ya viene comido. Ha desayunado orejas y rabo de ratón, seguro. No le tienta mi festín. Más allá, el Señor Patata de cientos de años, que viene chirriando y acepta el aperitivo con suma desgana, como si fuera una obligación. Mi hijo mayor dice que ése es el malo porque es gordo y grande, de michelín ancho. Yo le digo que sólo ha vivido más tiempo.


Está esa amable señora que si fuera de ciudad sería la mujer que alimenta las palomas en la plaza. Pero aquí, en el pueblo, cuida de los gatos, que no son pocos, y se responsabiliza de que todos estén esterilizados. Los vecinos la presionan para que deje de hacerlo y le tiran caca de perro sobre el parabrisas mostrando su disconformidad. No aguantan que cuide de esos bichos, que mejor estarían muertos o aplastados por una rueda de tractor. Qué pasa, no hay suficiente montaña para convivir todos juntos? Sin embargo, me compensa pensar que hay gente para todo. Gente quebrada y gente entera. Mis hijos serán de la segunda clase.


El Sr. Gingles y yo hemos tenido una conversación. Hemos acordado un lazo de amistad entre los dos pero sin que nadie rebase los límites del prójimo. No podrá robar queso y hará sus necesidades en sitios que no puedan verse ni olerse. Por las noches no hará ruiditos estridentes y por supuesto nada de novias. Podrá traer a su hermano y a la familia que desee, en períodos reducidos y avisando con antelación.








Para festejarlo, hemos compartido con el Sr. Gingles una tarta de manzana que Guillermo, de forma completamente altruista, les ha hecho a mis hijos para agradecerme el arroz que le presté el otro día. Vino peinado, oliendo a horno y a canela, en zapatillas, como si fuera de casa, con el paño de la cocina sobre el hombro. Llamó a la puerta porque le dije una vez que nuestro timbre era muy estridente. Tres toques certeros y abrió mi hijo mayor. Al ver la tarta preguntó si era para él y Guillermo puso cara de naranja ácida. Me advirtió justo detrás y sonrió con todos sus dientes, iluminando nuestra entrada. Luego me dio las gracias por ese arroz, ese poquito de leche, esa puntita de vainilla, que a veces le falta y que yo le presto.  Le invité a pasar para tomar un trozo en la barra de la cocina, como habíamos hecho alguna vez. Entonces, piropeó mi moño y el pared de la entrada, mezclando puntos y comas, y se fue con prisas, como si se estuviera haciendo pis. Recordé mis nervios del otro día en el portal de casa, y mis ganas repentinas de hacer pis. Cuando nos vemos, uno de los dos sale corriendo por alguna razón incomprensible. Sentí un mariposeo agradable al verle. Es un hombre que me deja completamente del revés, sin saber qué decir. Es misterioso y detallista, tal vez algo complicado pero un buen tipo. Muy correcto. Y tremendamente arrebatador, aunque creo que eso no lo sabe o no sabe que yo lo pienso. Es demasiado humilde para imaginarlo. Creo que la próxima vez seré yo quien suba a saludarle. Me siento en deuda. 









El Sr. Gingles y su hermano Freddo han echado una buena siesta después del banquete. Ahora ya somos seis en casa.