MI SECRETO EN EL CAJÓN DE LOS CALCETINES
Cuando ojeas hacia atrás, como los cangrejos melancólicos, puedes cometer el peligroso vicio de encajarte en un molde oxidado.
De repente hoy no me apetece releer historias de caca agria. No me apetece sobrevivir a algunas experiencias. Hoy decido vivir diferente y dejar ya ese vicio horrible de pegar el chicle debajo de las mesas. Con esa metáfora pringosa me refiero a que acabo de hacer añicos todo un volumen del año 2002 con los ojos cerrados y sin una salpicadura de culpabilidad. Que agustito me he quedado viendo todos esos trozos de yo niña tonta esparcidos por el suelo.
Lo importante del día es que sigo aquí, que todavía me quedan dedos para teclear y que me siento bien con lo que me rodea. De modo que guardo todo eso en una caja cualquiera, una más bien pequeñita porque las reflexiones ocupan poco, luego la envuelvo en celofán cursi, y finalmente la escondo en el tercer cajón de mi armario privado, entre camisetas de algodón y calcetines. Ese es el secreto que hoy acuno en mi casa.
jueves, 26 de enero de 2012
jueves, 19 de enero de 2012
Diario de Pier Angeli
14 de Julio de 2002 (1.03 am)
A la 1.03 am, hora precisa, abro mi libro y me dispongo a marear una nueva página con un sinfín de tonterías. Las tonterías las escribo para no decirlas. No obstante, me dicen mucho que escribo mejor que hablo. Es cierto, lo admito y no sé por qué me pasa. Es como si hubieran dos personas dentro de un mismo envase, el ser sensible y oculto, y la niña descarada que no piensa lo que dice. Me fastidia pero es una enfermedad incurable. Por otro lado, ese envase no tiene nada de particular. Lo ves y no lo miras y si lo miras dejas de mirarlo. No insinúa nada interesante, puede que tal vez contagie duda. En todo caso, a la 1.03 sólo soy un pellizco de mi potencial absoluto, sea el que sea. Y ese escaso nivel de conciencia me impide pensar del derecho, por eso las líneas de mi diario siempre se precipitan hacia abajo, en diagonal.
David ha estado hoy aquí, en casa. Ha venido sin avisar y sin motivo, se ha sentado en el sofá en posición rígida como cuando un bicho palo quiere pasar inadvertido ante su adversario, hemos charlado de temas variaditos y nada trascendentales, luego me ha mirado sin decir nada durante un minuto y quince segundos y finalmente, sin más titubeos, me ha dado dos besos muy azules en la mejilla. Tan azules eran los besos que he notado como un escalofrío me recorría la mitad izquierda de mi cuerpo en medio latido. Luego se ha ido, dejando la puerta mal cerrada.
Este es el final de una historia compleja que ha durado demasiado y que cuesta finiquitar. Todavía cuesta más si en el messenger emerge una ventanita insípida con un poeta de barrio dentro.
David: ¿Estás ahí?
Pier Angeli: Depende de para qué. Depende de para quién.
D: El gato del vecino me mira desde la ventana de enfrente, le invito a pasar?
P: Está esperando a que le caiga una loncha de jamón... déjale entrar, a ver si te aguanta...
D: Le prepararía un aperitivo pero sólo hay cerveza en mi nevera..
Cierro la ventana y me dispongo a largarme cuando un mensaje emergente llega de nuevo:
D: Sabes que soy un romántico pero a veces la vela se apaga..
Ese comentario tedioso a mí me provoca apagar algo también, el ordenador, y sin responder nada a ese mendrugo. La 1.30, los números se han invertido pero no es una señal, sólo son números que no significan nada. Tal vez sólo cuentan que en ese fragmento de tiempo ha bajado más la temperatura fuera, que durante esos minutos alguien ha cometido un crimen y ha salido corriendo arrepentido, tal vez en ese intervalo un señor ha bajado del coche para entrar en su casa y el perro ha despertado a los niños organizando un pequeño escándalo, o puede que alguien haya descubierto un punto estelar ignorado y le haya puesto nombre, un nombre muy grotesco.
A la 1.30 de la mañana una mujer todavía joven cierra su libro de confesiones y apaga la luz. Se tapa hasta las orejas y luego se queda a oscuras mirando, abstracta, completamente enredada.
14 de Julio de 2002 (1.03 am)
A la 1.03 am, hora precisa, abro mi libro y me dispongo a marear una nueva página con un sinfín de tonterías. Las tonterías las escribo para no decirlas. No obstante, me dicen mucho que escribo mejor que hablo. Es cierto, lo admito y no sé por qué me pasa. Es como si hubieran dos personas dentro de un mismo envase, el ser sensible y oculto, y la niña descarada que no piensa lo que dice. Me fastidia pero es una enfermedad incurable. Por otro lado, ese envase no tiene nada de particular. Lo ves y no lo miras y si lo miras dejas de mirarlo. No insinúa nada interesante, puede que tal vez contagie duda. En todo caso, a la 1.03 sólo soy un pellizco de mi potencial absoluto, sea el que sea. Y ese escaso nivel de conciencia me impide pensar del derecho, por eso las líneas de mi diario siempre se precipitan hacia abajo, en diagonal.
David ha estado hoy aquí, en casa. Ha venido sin avisar y sin motivo, se ha sentado en el sofá en posición rígida como cuando un bicho palo quiere pasar inadvertido ante su adversario, hemos charlado de temas variaditos y nada trascendentales, luego me ha mirado sin decir nada durante un minuto y quince segundos y finalmente, sin más titubeos, me ha dado dos besos muy azules en la mejilla. Tan azules eran los besos que he notado como un escalofrío me recorría la mitad izquierda de mi cuerpo en medio latido. Luego se ha ido, dejando la puerta mal cerrada.
Este es el final de una historia compleja que ha durado demasiado y que cuesta finiquitar. Todavía cuesta más si en el messenger emerge una ventanita insípida con un poeta de barrio dentro.
David: ¿Estás ahí?
Pier Angeli: Depende de para qué. Depende de para quién.
D: El gato del vecino me mira desde la ventana de enfrente, le invito a pasar?
P: Está esperando a que le caiga una loncha de jamón... déjale entrar, a ver si te aguanta...
D: Le prepararía un aperitivo pero sólo hay cerveza en mi nevera..
Cierro la ventana y me dispongo a largarme cuando un mensaje emergente llega de nuevo:
D: Sabes que soy un romántico pero a veces la vela se apaga..
Ese comentario tedioso a mí me provoca apagar algo también, el ordenador, y sin responder nada a ese mendrugo. La 1.30, los números se han invertido pero no es una señal, sólo son números que no significan nada. Tal vez sólo cuentan que en ese fragmento de tiempo ha bajado más la temperatura fuera, que durante esos minutos alguien ha cometido un crimen y ha salido corriendo arrepentido, tal vez en ese intervalo un señor ha bajado del coche para entrar en su casa y el perro ha despertado a los niños organizando un pequeño escándalo, o puede que alguien haya descubierto un punto estelar ignorado y le haya puesto nombre, un nombre muy grotesco.
A la 1.30 de la mañana una mujer todavía joven cierra su libro de confesiones y apaga la luz. Se tapa hasta las orejas y luego se queda a oscuras mirando, abstracta, completamente enredada.
lunes, 16 de enero de 2012
Diario de Pier Angeli
3 de Julio de 2002 (1.45 am)
No recuerdo buenos momentos con David y, si los hubo, algo después los estropeaba. Llegan a mi cabeza insípidas memorias nuestras, a trompicones, y en cadena. Si pudiera pensar en un momento de esos que luego te son gratos es ciertamente complicado. De los otros no me quedan cajones para guardar sus restos. El día de San Valentín el hombre se fue al Camp Nou a mezclarse con esa masa frenética y esclava de un balón del tamaño de un alfiler que va dando tumbos frente a unos muñequitos de colores. Pero ya me lo adivirtió:
-Oye, yo no soy un romántico, vale? No esperes cursilerías ni poemas de mí porque yo no soy así. Y tampoco esperes que cambie porque no me vas a cambiar...-
Encantador el comentario de "pincho a ver si sangra". Y sí, me sentó como una jarra de agua fría en la espalda y otra más en los pies. Me lo confesó siempre, desde el principio, sin tapujos, sin cortinillas. Entonces, ¿la culpa era solamente mía por quedarme anclada a un árbol reseco? No, la culpa era de la ceguera del amor. La culpa era de Antonio Gala que creía en él y que dijo: "El amor se tiene que regar cada día. Es una contínua dedicación el uno del otro, de los dos, incondicionalmente." Leer aquello me hacía dudar de nuestro contrato de adhesión con olor a calcetín que invadía mi pequeño espacio y me cortaba la respiración. Y casi había que salir corriendo sin mirar atrás, pidiendo auxilio, a voces! Ese ínfimo apego que desprendía David hacia mi persona se iba por el WC con el primer pis de la mañana y se quedaba allí, flotando un rato, petulante, acuoso, desamparado, sin entender de qué va la vida.
Eso sí, después del partido David me trajo una centaurea melitensis o si cabe, florecilla común amarilla. Creo que me dijo que al verla se acordó de mí. La segunda flor en cinco meses. Supuso un pequeño triunfo, un gran paso para este hombrecillo, que también es común y amarillo. La única pega de estas flores es que tienen espinas y una de ellas me pinchó el meñique y otra el corazón. A propósito, ¿Qué le recordaría a mí, el pétalo o la espina?
Lo bueno de todo esto es que la inercia cuenta que sólo me quedan cinco meses para recibir la siguiente florecilla impertinente.
Lo bueno de todo esto es que la inercia cuenta que sólo me quedan cinco meses para recibir la siguiente florecilla impertinente.
domingo, 15 de enero de 2012
QUIÉREME!
"Quiéreme" es esa historia cualquiera de un amor no correspondido como los hay cientos de miles en este mundo. Es un amor masoquista que se deja ver y se escucha alto y fuerte y que duele a ratos pero que se mantiene por alguna razón incomprensible. Es un amor de esos inútiles a simple vista pero que resulta práctico para aprender, para estar alerta y para abrir bien los ojos y no dejar escapar el autobús que viene justo detrás transportando ese amor que sí vale la pena, ese que luego dura toda la vida. De modo que gracias, fracaso, gracias por formar parte de la escuela de la vida, esa que te va dando señales y que hay que captar sutilmente para ir haciendo camino, siempre a mejor.
"Quiéreme" es una historia que ocurrió hace algunos años y que se fue plasmando en modo diario para ser releída cuando fuera necesario y de esa forma no olvidarse jamás del tropezón. Espero que os ayude a los que estéis todavía mudando la piel y tratando de entender ese bache, ese sinsentido que, aparentemente sólo te deja el corazón frío.
VERANO 2002
Diario de Pier Angeli
26 de junio de 2002 (12.30 am)
Ya es tarde y debería estar durmiendo pero la noche es demasiado pacífica para perdérmela. Puede que por eso haya decidido comenzar a escribir esta misma noche, después de varios años de deserción.
Estoy tranquila como hacía muchos meses que no lo estaba. Incluso llegué a pensar que nunca recuperaría mi paz interior, que se había disuelto en el aire como un suspiro de humo de cigarro. Como los de David, cuando a la media noche fumaba un poco de droga y exhalaba círculos de nicotina con costo. Círculos que yo deshacía con un dedo. Mis quejas por su vicio eran advertidas pero a él nada le impedía continuar con su ritual nocturno, a pesar de que yo estuviera a cinco centímetros. Y yo odiaba ese olor pero llegué a acostumbrarme, como con todo lo demás. Ahora, incluso echo de menos su tufo a Marlboro, lo que son las cosas. Mi habitación apestaba y había ceniza y colillas por todas partes. Nunca esperé ciertamente que él recogiera la mierda que iba sembrando aunque no hubiera estado de más ese detalle, teniendo en cuenta que estaba en casa ajena. Aunque ya se sabe, las confianzas dan asco y cuando quieres a alguien le quieres a él con todos sus componentes adheridos, los malos y los atroces.
Mi único pensamiento diario era llegar a casa y darle un beso. Luego un día te enteras de que no te quieren como tú quieres, tras muchos meses de convivencia. Yo era su comodidad, su sillón mullido donde recostarse al final del día. Y yo? En ese contexto yo vivía la vida de ese mendrugo en vez de la mía propia, sin recibir nada a cambio, tan sólo por hacerle feliz. A eso se le llama amor no correspondido y ser una completa imbécil.
Empecé a disipar mi dignidad, a bajar de peso y a sentirme una piltrafa humana. Cuando te gritan y te excluyen de planes y apenas oyes "te quieros" y no llegan flores a casa ni nada parecido entiendes lo que está pasando. Pero yo, a todo eso, ojos que no lo quieren ver corazón que no lo quiere padecer. Pero era real.
Hace una semana le dije, no ves como te quiero? Mi cara debía rebelar un sinfín de vanas esperanzas, esperanzas de esperanzas, como digo, todas vanas. Él se mantenía en su sitio, quieto y mudo. De repente hizo un gesto y artículó: No hace falta que yo haga nada, tú ya quieres por los dos...
(continuará)
jueves, 12 de enero de 2012
A las 6 de la mañana de un 15 de
Agosto suena un despertador en la mesita de noche de la habitación 34 del Hotel
Cite Barbacane, situado en la Route de Saint-Hilaire, en Carcassonne. En ese
instante, el Sr. Sifflet, un cuarentón sin pelo y algo orondo está muy
cabreado. Abre un ojo y se percata de la hora con un gruñido de oso hambriento.
El aire empuja con rebeldía las contraventanas por las que se filtra un hilo
sonoro fantasmal que augura un día atípico de verano. Se da media vuelta con
apatía y reprograma la alarma diez minutos más tarde. El sueño le vence por fin durante otro instante.
En la habitación 33 el apasionado
matrimonio Fourchette hace el amor por quinta vez esa noche. Han contratado una
canguro para sus tres hijos e intentan recuperar el tiempo perdido. El colchón
viscoelástico ha resistido más o menos con elegancia una noche de lujuria pero
el somier, sumido en un cruel padecimiento, entrega su vida al honor de morir
gloriosamente por ayudar a fomentar el amor de la comunidad. Ella gime como una
puerta oxidada y él grita obscenidades mientras el techo se cae a pedazos.
En la habitación 35 el Sr.
Courgette, un navegante sordo y jubilado, duerme plácidamente con un pañuelo de
papel pegado a su nariz, emitiendo agresivos ronquidos de moco compacto. Su
grave infección vírica le ha tenido en vela toda la noche con lo cual no ha
podido cerrar el ojo hasta las cuatro y media, momento en el que finalizaba la
emisión del canal de teletienda. El volumen de la televisión, todavía fuera de
órbita, entona ya las noticias amargas de la madrugada. Muertes aquí y
desgracias varias allá y otras más lejos.
Por lo tanto, el Sr. Sifflet,
rodeado de perturbadores vecinos, ha acatado el impertinente duermevela de una
larga e intranquila noche con mucha resignación.
A las 6.10 de la mañana vuelve a
sonar el despertador en la mesita de noche del Sr. Sifflet. El cansancio es
aparente en sus ojeras oscuras y en el párpado izquierdo ligeramente
desequilibrado. El pálpito de su corazón se percibe en él como un tic nervioso.
Desgraciadamente, esa noche es la víspera de un día bastante significativo en
la vida del Sr. Sifflet: El día de su boda. El Sr. Sifflet se casa con la Srta.
Chinchón en la Cathedrale Saint Michel situada en el número 52 de la Rue
Voltaire, entre un parque de olivos y una pollería.
La Srta. Chinchón es una
bibliotecaria que sobrepasa el medio siglo, discreta y desconocida en el mundo
entero. No tiene gato ni amigos y el cartero no parece
recordar su nombre porque nunca le llegan cartas, ni siquiera propaganda. La Srta. Chinchón se recoge
por las mañanas el pelo en un moño ostentoso, como una especie de ritual
supersticioso y luego esconde su timidez tras unas gafas alargadas de pasta
gruesa. La mujer tiene anchas las caderas y el culo como una catedral a pesar de no
haber criado niños. Cocina la codorniz con maestría aunque al Sr. Sifflet lo
que le gusta es la merluza con cebollita y patatas. La Srta. Chinchón es una
mujer nacida para satisfacer los últimos suspiros del solterón desconsolado,
osea, del Sr. Sifflet. Por eso se dice que cada cual encuentra la horma de su
zapato.
El Sr. Sifflet finalmente ha sucumbido a su sueño, la Srta. Haricot, su
amor platónico de juventud, y ahora deja que las mareas le arrastren hasta
alguna orilla cálida donde sentir que es un hombre satisfecho, aunque no feliz.
Se conocieron bajo todo pronóstico
y no podía ser de otro modo, en la biblioteca donde ella trabaja, en la Rue Des
Palmiers, que se encuentra justo antes del colmado donde el Sr. Sifflet
compra las lentejas. Debido a su estreñimiento crónico el Sr. Sifflet debe
comer mucha legumbre y para ello tiene que ir a la tienda del Sr. Lemoine todos
los días. Se puede decir que gracias a su problema de colon el Sr. Sifflet
conoció a la Srta. Chinchón.
Aprovechando el caminillo por esa
vereda urbana, el Sr. Sifflet se llevaba un libro de la biblioteca cada semana.
Para retenerle unos minutos en el mostrador, ella registraba dos libros antes
de atenderle, atisbando por encima de las gafas con una sonrisa tonta y
siguiendo todo el protocolo: anota el nombre del autor, el primer apellido en
mayúsculas, el segundo, si lo tiene, en minúsculas, y después, separado con una
coma y un espacio en blanco, el nombre en minúsculas. Posteriormente consigna
el número del registro en la parte inferior derecha de la primera página y lo
cuña con el sello en esta página, en otra interior hacia la mitad, en la última
página impresa y si el grosor lo permite, en los cantos. A veces el Sr. Sifflet
venía con pis y la espera le producía un ligero bailoteo. La Srta. Chinchón,
sentada en su silla azul, encauzaba ese trabajo con diligencia, día tras día,
durante diez horas, con veinte minutos para tomarse un emparedado de cecina y
tomate y a la espera de que el Sr. Sifflet hiciera su entrada los martes a medio
día. Silenciosamente siempre ha sentido debilidad por los hombres pero el Sr.
Sifflet en particular, le producía además, un ligero picor en la mollera que
denotaba sin duda que le hacía tilin tilin. Cuando el Sr. Sifflet llegaba y se
iba ella siempre le saludaba con dulzura: “buenos días Sr. Sifflet” y “que
pase un buen día, Sr. Sifflet”. Algunos días esas palabras eran las únicas
palabras amables que el hombre recibía y llegó un momento que dependió de ellas
para no caer en la más miserable indolencia. De modo que una tarde invitó a la
mujer a tomar una limonada y a ella le pareció bien.
El despertador suena por tercera
vez. El hombre suspira una y hasta tres veces. Luego se incorpora y corre las
cortinas. De repente, se acuerda de su boda y del moño de la Srta. Chinchon y
le flojean las piernas. Aposenta su trasero en una silla. Su mirada se pierde
en el jardín interior del hotel. Desde ahí se disfrutan unas vistas
maravillosas de la ciudad fortificada. La boda es a medio día, cuando el sol
está en lo más alto y calienta los corazones. Sin embargo, en el corazón del
Sr. Sifflet hay un atisbo de nostalgia y dolor, además de un inicio de lluvia
chispeante al otro lado de la ventana que presagia un funeral más que un día de
celebraciones. De repente, vuelve a recordar que tuvo días mejores, y que su
amor de infancia se llamaba Olivia Haricot.
Olivia vivía y estudiaba en Paris
pero pasaba los veranos en la playa de Collioure, en el Sur de Francia, desde
que tenía tres años. Allí vivía el Sr. Sifflet. Sus familias coincidían en la
misma playa cada año y los críos compartían juegos de playa, excursiones y risas.
El Sr. Sifflet sentado, quieto, con
su pijama anodino, y casi sin pretenderlo, desdibuja el paisaje que ve por la
ventana y define mentalmente los veranos de su niñez junto a Olivia, con un
halo de nostalgia en sus ojos. Collioure. Su villa medieval, la fortaleza,
el castillo con muralla que domina el puerto y la iglesia de Notre Dame des
Anges que ha sido pasto de grandes pintores. Las callejuelas ajetreadas de vivos colores en verano y en invierno, con su silencio
pasmoso, el ambiente se mantiene íntimo y tranquilo. Demasiado íntimo y
tranquilo, piensa el Sr. Sifflet rememorando días largos y noches frías en casa
de sus abuelos.
(…)
Viernes, 23 de Octubre de 2009
La importancia de miles de páginas...
Empecé a escribir saliendo del huevo, en una etapa de
gran revolución hormonal, para encontrar un sentido a mis pasos a través de las
palabras. Tendría doce años. Una forma como cualquier otra de materializar sentimientos. Con esa perspectiva me era más sencillo comprenderme y ser mi amiga. Conseguí apreciarme e incluso quererme de vez en cuando. Convertía en oro mi rutina y a la vez me reconocía, clandestinamente, en el reflejo de
aquellos personajes que iba creando. Y eso era divertido. Lo importante era no confesar jamás cientos de identidades camufladas en una sola, la mía. Al hacerlo de esta forma todo era siempre mejor. Y es que el trajín del vecino vende más que el de uno. Por lo menos ese era mi razonamiento absurdo.
A la larga ya no he sabido diferenciar mis personajes de mi
misma, ya no sé dónde está la vida y dónde la ficción, aunque sospecho que en cierta manera, de forma sutil, la mayor parte de lo relatado es cierto.
martes, 10 de enero de 2012
LA INCERTIDUMBRE DEL DIA
Me pregunto qué voy a escribir hoy...
Hoy tengo la cabeza llena de pajaritos, como cuando creía, hace mucho tiempo, que podía cambiar el mundo con un chasquido de mis dedos. Cuando era idealista y me sentía grande y poderosa, y nadie podía convencerme de lo contrario.
domingo, 8 de enero de 2012
La maleta y la niña de algodón
Érase una vez una niña de algodón blanco. Esa contundencia suave la hacía muy especial porque cuando había viento se elevaba un poquito del suelo. Por eso cuando salía de casa su mamá le ponía una bolsita de arroz en el sombrero, para que el peso de más la mantuviera siempre a su lado.
Una tarde fría de invierno, la niña encontró un vagabundo harapiento en la calle. Hacía frío y las luces de la ciudad empezaban a desperezarse. Se quedó mirando atónita a ese hombrecillo sin techo que dormía en un lamentable rincón. Bajo su cabeza unos cartones, sobre sus piernas algunos periódicos viejos y más allá una maleta de viaje perfectamente cerrada. La niña de algodón blanco se detuvo durante varios minutos, imaginando quién era aquél niño en traje de adulto, aquella piel agrietada que camuflaba muchos días, minutos y segundos.
¿Por qué aquél niño de antaño se había transformado en un indigente desheredado y hambriento? ¿Cuántos pasos mal encaminados, qué palabras poco afortunadas y sobre todo, qué miradas vacías le habían convertido en hombre de trapo?
La brisa gélida se filtraba entre las costuras de algodón. La niña sintió el temor de salir volando pero aún así no se movía. Sólo podía mirar aquel embrollo de carne débil y enjuta y podríamos decir que incluso sentenciada al olvido. Sus piernas cedieron amablemente hasta aposentarse frente a él. Pero ella no veía al viejo moribundo. Ella veía un niño roto con brazos de alambre. En cualquiera de esos escasos segundos que compartió junto a él, decidió quitarse el sombrero para descoser la bolsita de arroz que impedía perderse en las alturas, olvidando la importancia de llevarla siempre encima. Le abrió la mano al hombrecillo y la puso dentro, cerrando después todos y cada uno de los dedos, hasta que despareció en su interior.
Lo que ocurrió entonces fue totalmente inesperado. La niña de algodón se transformó en niña de carne y hueso, y su corazón etéreo se compactó, delineando un contorno de luz palpitante. En ese momento supo que su vida era sólo un cuento ilusorio que se iba escribiendo solo y en el que podía suceder cualquier cosa. Miró a su alrededor y todo empezó a cambiar según le iba dictando su instinto. Y de esa forma, todos los niños perdidos, trémulos, apolillados, caducos, desnudos, tristes
y frágiles volvieron a ser pequeños seres locos y excéntricos y también felices, la mayor parte del tiempo.
La niña que fue de algodón blanco se levantó jubilosa y tranquila y se fue por las calles transformando todo a su antojo, todo bonito. El haraposo se desperezó atónito al notar un calambre de energía que recorría su cuerpo. Era el principio de una vida resarcida. Lo que comunmente llamamos segunda oportunidad. Y lo que guardó un día en su maleta vieja sólo él lo sabía. Lo que encontró en el instante de abrirla fue únicamente tiempo.
martes, 3 de enero de 2012
Cuidado, ahí viene 2012!
Otro año entra por la puerta, otro más... Y venga, y dale, no paran de llegar, esto no tiene fin! Sí que era cierto, yo tuve doce años en algún momento, pero claro, con este tráfico de años venideros que se atropellan, pues ciertamente no da tiempo ni a saborear un estornudo!
Da algo de miedo si lo piensas, otro año más... Cuando ya me
acostumbro a escribir 2011 hay que cambiar un numerito. Ese numerito me
hará algo más vieja a final de año y me hará repetir la misma cantinela,
que otro año más ha cruzado la esquina, con su sombrero de copa y esa
maleta repleta de papeluchos que no valen para nada.
2012, te acojo pero cuidadín, sé piadoso, no nos ahogues más de lo que ya estamos. Si vienes para seguir los pasos de tu predecesor estamos listos... Pórtate como debes y déjate de marear a la muchedumbre con encruzijadas.
Chic@s, no os dejéis impresionar. Este año tiene los mismos genes que
un lagarto reseco y agrietado. Sólo depende de vosotr@s que brille y
que sea distinto. Nadie llamará a vuestra puerta de forma que salid ahí
fuera y comeros el mundo.
"Alarga la mano y coge la luna tú mism@."
domingo, 1 de enero de 2012
VIOLETA
El color violeta tiene muchos matices: caracho, cardenal, cárdeno, cinzolín, chirlo, esquimosis, lila, liláceo, morado, obispo, ostro, púrpura, purpúreo, purpurado, purpurino, renegrido, violáceo, violado...
...pero aquí solamente trataré una sola acepción: Violeta mi sobrina.
Nació como debía, como niña responsable y cumplidora, el día 22 de Diciembre pasada la media noche, empezando el día. Nació el día fijado, dejando entrever ya su innata madurez. Nació muy pequeña pero ya con su cara de Violeta, redonda y perfecta.
Violeta navideña, envuelta en celofán y con lazo llegó en cigüeña sin hacer ruido. Violeta de nombre Violeta con pijama violeta.
(Este es un pequeño homenaje para esa recién llegada que en su bravura, no teme un mundo difícil y en crisis porque conseguirá todo lo que se proponga.)
A continuación, un reflejo de su tía Blanca, estrepitosa por conocer a esa sobrina diminuta, con mucho aplomo y determinación.
Bienvenida Violeta!
El color violeta tiene muchos matices: caracho, cardenal, cárdeno, cinzolín, chirlo, esquimosis, lila, liláceo, morado, obispo, ostro, púrpura, purpúreo, purpurado, purpurino, renegrido, violáceo, violado...
...pero aquí solamente trataré una sola acepción: Violeta mi sobrina.
Nació como debía, como niña responsable y cumplidora, el día 22 de Diciembre pasada la media noche, empezando el día. Nació el día fijado, dejando entrever ya su innata madurez. Nació muy pequeña pero ya con su cara de Violeta, redonda y perfecta.
Violeta navideña, envuelta en celofán y con lazo llegó en cigüeña sin hacer ruido. Violeta de nombre Violeta con pijama violeta.
(Este es un pequeño homenaje para esa recién llegada que en su bravura, no teme un mundo difícil y en crisis porque conseguirá todo lo que se proponga.)
A continuación, un reflejo de su tía Blanca, estrepitosa por conocer a esa sobrina diminuta, con mucho aplomo y determinación.
Bienvenida Violeta!
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