jueves, 3 de noviembre de 2011





No hay noticias del detective desde hace una semana, estoy confusa. Es normal? Cuáles son los motivos de su silencio? Podría haberme escrito un email sencillo, una excusa pasajera, un consuelo surrealista, algo! Oiga, que no está en el listín o señorita, han arrancado la página exacta que buscamos. O, ha saltado de un quinto piso. O, subió el pico más alto y se hizo budista. ¿Tal vez, está en prisión por haber atracado a un ciego? O, no le encuentro señora, este hombre se ha esfumado o no ha vivido jamás en España. Puede que no existiera! O, su padre es un traspié, un error de cálculos. En realidad este señor fue su padre en una vida anterior, hace más de cien años. Fue un prestigioso oficial que murió combatiendo en la Batalla de Waterloo. Aunque puede también que fuera aquél pescador resfriado y sordo que fumaba en pipa. O más realista incluso, su padre es un repartidor que siempre tiene prisa y no le alcanzo... Cualquier cosa! Estoy histérica de saber, de poder saber o de saber que no sabré jamás.


Tal vez mi padre se quedó dormido en el sofá viendo el programa de Sálvame de Luxe tras tomarse una doble ración de barbitúricos por depresión. Está inconsciente y por eso no sale de casa. Y nadie le echa de menos. Y el detective no le ve entrar ni salir del portal.

Al mirar por la ventana pienso que lo más probable es que la hoja que baila en ese remolino acabe por ascender y esfumarse, aunque tal vez se sosiegue. Tal vez esa hoja rodeó el aura de mi padre y volvió a esfumarse. Y hoy está aquí, rodeando la mía. Cuánto has recorrido? Qué sabes? Qué intriga! Lo más probable es que mi padre ya no exista porque alguien le dio un disgusto de espíritu y en estos momentos está a tres metros bajo tierra, ceniciento. Qué incertidumbre! A lo mejor degustó su último filete raquítico aquella tarde inclemente, y se cortó el corazón con el cuchillo al pelar la manzana. Y si fuera un ataque al corazón provocado por un horrible susto? Alguien le llamó por teléfono y en su tórrido desamparo, en el vacío de aquella habitación sombría, una noticia le dejó tieso. Y su cuerpo yace sobre el suelo, con manchas de mayonesa en su camisa. Y el detective se cansó de esperar en el portal. Y llamó incluso al timbre, en un intento desesperado, pero todo fue en vano.
  
Dios mío, qué noticia le dieron a mi padre? Qué pasó?

Y si hubiera soñado conmigo la noche anterior, como una diapositiva que vuelve de antaño, que se cae de un libro rancio? 

El tibio roce de una mano pequeña sobre su brazo, una risa chiquilla y dulce en el oído que no sabes de dónde viene o por qué es tan dulce. Olor a carrusel y a nube de algodón. Margaritas y piñones en la escalera. No reconociendo que era yo abriría demasiado rápido los ojos al despertar, sobresaltado, y la imagen se desvanecería. Y aunque sintiera ese escalofrío tan fascinante de algo familiar que envuelve y seduce, jamás hubiera llegado a la conclusión de que un trocito suyo le estaba suplicando a lo lejos. Y se levantaría de la cama esa mañana, su última mañana, arrastrando un deje de no sé qué, que provoca silencio y pena. Un café recalentado en la cocina, una zapatilla no encontrada, el pie frío sobre la baldosa. Eco. La boca seca. Sus últimas horas. ¿Su última mañana con vida?

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