martes, 8 de noviembre de 2011



Mi-guel-Án-gel es un nombre mágico y bonito, articulado. Mi-guel-Án-gel. Cuatro sílabas. Vocales encadenadas. Miguel Ángel es frágil, como un ratón. Miguel Ángel viaja sin comprar billete. Camina despacio. Levanta el pie cuando advierte una piedra pero se distrae ante el segundo bache, y cae. Va a trompicones, sin vereda. Miguel Ángel se  volvió a casar y tuvo más hijos. También se divorciaría de su segunda esposa. ¿Sembraría un poquito de incertidumbre en sus hijos con su fuga? Qué pasó después con Miguel Ángel? ¿Qué pasó después con esos otros hijos? Hasta ahí la historia acreditada. Mi madre no derrama ni un relato más, sólo los que son necesarios para salir del paso cuando su hija le pregunta. Y, "hasta ahí puedo leer" dice mi madre. ¡No me fastidies!

Miguel Ángel apareció en un programa hortera de la tele para buscar novia, hace muchos años. Increíble. Miguel Ángel tiene pajaritos en la cabeza, pero Miguel Ángel es mi padre y le acepto con sus paranoias y sus extravagancias. ¿Acaso yo no soy exactamente así? Y esos hijos que tuvo después, y que no conozco, y que viajan bajo sus paraguas en días de lluvia, camuflados en gente anodina, serán también así? ¿Tendrán mi nariz?


Una vieja amiga de mi madre, que conoció a mi padre, me prometió rebuscar en calles de antaño, donde hubo vivido familia del sujeto desaparecido, y sonsacar a las piedras. ¿Recordará algo la frutera que vivía en frente? A lo mejor mi padre le compró un kilo de manzanas para hacer un pastel hace treinta años. Ese pastel que se quemó en el horno y no llegaron a probar las niñas de su vida.

Esa mujer es alegre y me sonríe por teléfono. Vive lejos de donde yo vivo. María Luísa, otro nombre compuesto. Ella, me alcanza cuando le hablo de lazos. Mi madre entiende cadenas pero yo hablo de lazos todo el tiempo. María Luísa me habla con ternura, me serena, me hace sonreír, me hace soñar. Le gusta mucho la cerveza, igual que a mi madre. Esa generación ha sido una generación contenta.  Venga, una cervecita. Y otra. Ala, venga, en el aperitivo, a media mañanita, después del paseo... A mi madre la cerveza le consuela y a María Luisa le alivia la sed. Una piensa en blanco y negro y la otra perfila matices brillantes de sueños rotos. Ninguna tuvo una vida fácil pero mientras una cuece verduritas de desesperanza la otra hornea pasteles de chocolate y engorda, y es feliz. Ciertamente, no conozco mucho a María Luísa, porque la distancia es enemiga del cariño, pero hablar con ella diez minutos por teléfono es como sentir que mis ancestros están sentados a su alrededor, jugando una partida de mus. Y suena la música. Y ríen. Me habla de gente que no he conocido pero que me pertenecen. Me incluye en un club. Formo parte de un círculo cerrado. Tengo un apellido y quiero escuchar cuentos, compartir alientos con esos que tienen el mismo apellido que yo. Y que ya no están.

El detective me escribe por fin, y dice que mi padre no vive ya donde antaño. Que tenga paciencia, que le llevará más tiempo averiguar en qué lugar de la Mancha vive Don Quijote, porque con ese nombre y esos apellidos tan comunes tendrá que recorrer millas. Pero allí no está. Me pregunta si quiero abandonar. Pues no, ya que me he puesto, sigo, no? O me voy a quedar con la duda? Haga usted todo lo que pueda, que algo será. Menos es lo que ya tengo, nada. Entonces, me llevará un tiempo, me dice. ¿Qué querrá decir con eso de "un tiempo"?

Esa noche hago judías verdes con desaliento. Las muy asquerosas se ríen en el hervidero. Se ríen de mí. Mis hijos no se las comerán fácilmente porque son verdes y ellos no comen cosas rojas, naranjas o verdes. De forma que las haré en puré, con queso y patatas. Y alguna zanahoria. Qué ingratas judías! Ya te lo decía tu madre, me gritan. ¡No le vas a encontrar! El pobre está gravitando alrededor de la tierra en misión espacial. Se han soltado cinco tornillos del satélite Catapún, que es un satélite muy importante, y ha olvidado el maletín de las herramientas. Está atrapado en su inercia y no volverá. Sentencia, no regresar. No regresar, no regresar… Subo la intensidad del fuego y las judías se disuelven en un burbujeo más agudo. ¡A callar! que vuestra resolución también está escrita...

Estoy a punto de irme a dormir. Tengo el pelo mojado y estoy casi desnuda, en mi silla, tecleando. Todos duermen ya. Mi marido y yo hemos tenido una cita de velas en la bañera mientras los niños dormitaban. Las velas tocaban el violín y el agua caliente era testigo de nuestro arrebato. ¿Un heladito después? No hay cigarrito así que... No. Tú, cómete un helado, cariño, que yo tecleo diez minutos antes de meterme en la cama. No me esperes despierto.

Mi niño mayor no se hará pipí en la cama esta noche. Mi otro niño roncará un poquito y soñará conmigo. Me da besitos que no suenan a xuic, suenan a mua, porque todavía no sabe dar besitos de verdad. 

Mi marido encontró aquella tarjeta de cumpleaños prudente y tímida con un corazón pintado que ponía "Felicidades Blanca". Me preguntó de quién era. ¿No es tuya? le pregunto. No, responde. Me quedo mirando el papel con incredulidad. No tengo ni idea de quién la escribe. Qué raro. La guardo en un cajón del olvido, pensando zanjar ese tema en otro momento. Tal vez no lo haga.


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