20 de Noviembre de
1993
Sólo me queda enamorarme.
Al principio no le vi pero luego me
percaté de su presencia. Romeo, Romeo, comedido, satisfecho y risueño en la
calle. Travieso y distraído. Inquietante, arrebatador. Le pregunté cómo iba a
volver a casa y me dijo que una chica, sin concretar quién, le llevaba en coche.
El brillo de mi cara expiró, emergieron ojeras y comisuras tristes. Soy sincera
de expresión, incómodamente sincera. ¿Cómo le han dibujado esa admirable
sonrisa? Acaso para enmarañar a pobres andróginos que están de paso?
Cruzo la
calle y le dejo atrás en un furtivo pensamiento. No me he movido, sigo ahí,
mirándole, pero estoy a cinco manzanas de reflexión. Le miro a los ojos. Me siento
lejos. Le tengo en frente. Él se percata del texto que garabatean mis ojos.
Trescientas páginas cursis y desconsoladas en un pestañeo. Me devuelve la
pregunta, y tu, como vas a tu casa?
Mis padres vendrán en un rato, miento en voz alta. Tenía la esperanza de coger el
bus contigo, deseo hacia dentro.
Tras unos minutos
él se alejaba con aquella afortunada y yo me perdía en su espalda, hasta que la
oscuridad envolvía los restos de su sombra. Luego un hasta luego casi
imperceptible. Era medianoche. Me pareció que se giraba para verme aunque
puede que lo imaginara. Sería un espejismo entre tanta niebla. Recogí del suelo
algunas miradas y me las guardé en el bolsillo para cuando tuviera anhelo. Creo
que voy a conquistarle el próximo lunes de alguna forma, simplemente diciendo
las palabras adecuadas. Serán palabras divagadas? Javier…
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