25 de Noviembre de
1993
Hoy escúchame como favor y no como obligación. ¡Hoy vengo feliz!
El por qué es obvio. Javier. Javier me
encandila y me desespera. Lleva un par de días sin aparecer por el instituto.
No sé por qué. Es el misterio de la semana. No obstante, por fin sé que no le soy indiferente. ¡Viva la Virgen y viva San Pancracio!
El último instante con Javier en clase fue excitante. Lunes. Clase de historia. Ese profesor con cara de
bribón y cuerpecillo menudo, insoportable, habla sin parar, rápido, asustado,
como un roedor, anotando en la pizarra, gesticulando, taladrando el ambiente.
Qué matraca! En frente de mí, Javier, como siempre, en su pupitre. Se gira y me sonríe. Tiemblo. Qué
pretende? Sus gestos son suaves. Su sonrisa, chocolate. Sus ojos invitan a
pasar pero no sé si quiero pasar. Su boca llama a la mía. A qué viene este sinvivir? Gírate ya que no me concentro! Por fin me devuelve su envés y suelto aire
comprimido.
Mi cuerpo se recupera tras una parada cardíaca. Me busca de nuevo y
juega conmigo. Esta asignatura la suspendo seguro. Miraditas, roces, palabras a medias, medias tintas. El profesor se transforma en mueble. Un mueble pequeñito y muy feo. Estoy ahí
arriba, flotando. Veo a mis compañeros anotando en sus libretas. Veo una luz que se llama Javier y detrás un
pupitre vacío. El mío. Bajo de la nube y me siento de nuevo en mi silla. Me
estremezco. Dibujo flores. Es un tic nervioso. Otros se rascan la oreja, yo
dibujo flores. El brazo de Javier se estira hacia atrás y me roza la bota con malicia. Llevo unas Dr. Martens púrpuras con mucho cordel anudado. Gira
su silla lo suficiente para dar la espalda a la pared y mirar al profesor pero
su mano sigue debajo de mi mesa, jugando con mi calzado. Espero algo impacientemente, algo, no sé qué,
el corazón se me va a salir del pecho pidiendo ayuda. Javier toma la punta del cordón de mi bota y estira el lazo,
que se deshace sin oponer gran resistencia. Noto un ligero tirón. Un millón de
cosquillas en el estómago. Tras esa travesura sigue el pecado. El cordón se
funde en sus manos y va desapareciendo completamente de mi bota, corre hacia
atrás por todos los huecos. Me seduce
retando un pulso de miradas que no terminan nunca. Quiero huir. Me quiero
quedar. Me desarma. Le odio pero le invito a subir a mi nube silenciosamente, con sonrisa de Lolita. Faltan dos huecos para deshacer el cordón completamente y
desencajar la bota. Le freno. ¡Quieto! Mi mano ha atrapado la suya y
durante unos segundos la electricidad de un rayo nos ha fusionado hasta
derretirnos. Javier mira al profesor. Parece que le escucha pero se sonríe de
perfil sin mirarme, esa sonrisa es mía, me pertenece, me tiene presa. ¿Nadie más
lo advierte? Levanto mi mano y dejo ir la suya. Suena el timbre y se va, así, sin más.
Su olor me despeina al pasar. Ni una palabra. Estoy agotada, y no
tengo ni puñetera idea de quién soy pero me agacho en mi sin sentido y empiezo
a vestir mi bota con un ligero
temblor, y sedienta de Javier. ¿Qué leñes ha pasado aquí? Todo es tan fútil, tan etéreo. Ha sido un
deseo madurado? No, ha ocurrido de verdad porque su silla sigue tocando la
pared, y yo llego tarde a clase de literatura. El profesor me achucha para liberar la clase. Ya voy, ya voy, ¿no ves que estoy disfrutando de mi momento? Se me caen los libros, mi bota me hace cojear, el mundo sigue adelante pero yo camino torcida y tengo el vello de punta.
“Fui a los bosques
porque quería vivir a conciencia, quería vivir a fondo y extraer todo el meollo
a la vida, honrar todo lo que era la vida para no llegar a la muerte
descubriendo que no había vivido”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario