miércoles, 16 de noviembre de 2011




25 de Noviembre de 1993

Hoy escúchame como favor y no como  obligación. ¡Hoy vengo feliz!

El por qué es obvio. Javier. Javier me encandila y me desespera. Lleva un par de días sin aparecer por el instituto. No sé por qué. Es el misterio de la semana. No obstante, por fin sé que no le soy indiferente. ¡Viva la Virgen y viva San Pancracio!

El último instante con Javier en clase fue excitante. Lunes. Clase de historia. Ese profesor con cara de bribón y cuerpecillo menudo, insoportable, habla sin parar, rápido, asustado, como un roedor, anotando en la pizarra, gesticulando, taladrando el ambiente. Qué matraca! En frente de mí, Javier, como siempre, en su pupitre. Se gira y me sonríe. Tiemblo. Qué pretende? Sus gestos son suaves. Su sonrisa, chocolate. Sus ojos invitan a pasar pero no sé si quiero pasar. Su boca llama a la mía. A qué viene este sinvivir? Gírate ya que no me concentro! Por fin me devuelve su envés y suelto aire comprimido. 

Mi cuerpo se recupera tras una parada cardíaca. Me busca de nuevo y juega conmigo. Esta asignatura la suspendo seguro. Miraditas, roces, palabras a medias, medias tintas.  El profesor  se transforma en mueble. Un mueble pequeñito y muy feo. Estoy ahí arriba, flotando. Veo a mis compañeros anotando en sus libretas. Veo una luz que se llama Javier y detrás un pupitre vacío. El mío. Bajo de la nube y me siento de nuevo en mi silla. Me estremezco. Dibujo flores. Es un tic nervioso. Otros se rascan la oreja, yo dibujo flores. El brazo de Javier se estira hacia atrás y me roza  la bota con malicia. Llevo unas Dr. Martens  púrpuras con mucho cordel anudado. Gira su silla lo suficiente para dar la espalda a la pared y mirar al profesor pero su mano sigue debajo de mi mesa, jugando con mi calzado. Espero algo impacientemente, algo, no sé qué, el corazón se me va a salir del pecho pidiendo ayuda.  Javier toma la punta del cordón de mi bota y estira el lazo, que se deshace sin oponer gran resistencia. Noto un ligero tirón. Un millón de cosquillas en el estómago. Tras esa travesura sigue el pecado. El cordón se funde en sus manos y va desapareciendo completamente de mi bota, corre hacia atrás por todos los huecos. Me seduce retando un pulso de miradas que no terminan nunca. Quiero huir. Me quiero quedar. Me desarma. Le odio pero le invito a subir a mi nube silenciosamente, con sonrisa de Lolita. Faltan dos huecos para deshacer el cordón completamente y desencajar la bota. Le freno. ¡Quieto! Mi mano ha atrapado la suya y durante unos segundos la electricidad de un rayo nos ha fusionado hasta derretirnos. Javier mira al profesor. Parece que le escucha pero se sonríe de perfil sin mirarme, esa sonrisa es mía, me pertenece, me tiene presa. ¿Nadie más lo advierte? Levanto mi mano y dejo ir la suya. Suena el timbre y se va, así, sin más. Su olor me despeina al pasar. Ni una palabra. Estoy agotada, y no tengo ni puñetera idea de quién soy pero me agacho en mi sin sentido y empiezo a vestir  mi bota con un ligero temblor, y sedienta de Javier.  ¿Qué leñes ha pasado aquí? Todo es tan fútil, tan etéreo. Ha sido un deseo madurado? No, ha ocurrido de verdad porque su silla sigue tocando la pared, y yo llego tarde a clase de literatura. El profesor me achucha para liberar la clase. Ya voy, ya voy, ¿no ves que estoy disfrutando de mi momento? Se me caen los libros, mi bota me hace cojear, el mundo sigue adelante pero yo camino torcida y tengo el vello de punta.

“Fui a los bosques porque quería vivir a conciencia, quería vivir a fondo y extraer todo el meollo a la vida, honrar todo lo que era la vida para no llegar a la muerte descubriendo que no había vivido”.


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