jueves, 17 de noviembre de 2011






Casi navidad. Hojas y magia, frío. Mucho frío ahí fuera.

Un día casi de invierno, como hoy, en la casa del pueblo, con doce años, estaba en mi habitación sentada sobre la cama. Mi diario sobre las rodillas. No tengo ni idea de por qué estaba sola esa tarde o esa mañana. Me ocurría a menudo. Mi diario, acribillado a salvajadas, violado y ultrajado el pobre, esperaba su dosis de mí. Acostumbrado a mi complicada existencia, me temía. Ese día, lo abrí y pensé, tengo doce años... si hoy escribo algo maravilloso vendrá alguien a gritarle al mundo:

-       Esto lo ha escrito una niña. ¡Sólo tiene doce años! Asombroso...-

Hoy, han pasado veinticuatro años de ese día, casi un cuarto de siglo. Y me acuerdo de ese pensamiento, de esa vanidad. Hoy nadie advertirá mis líneas, pienso. Soy una haba seca en un saco de habas secas. Hay millones de libros escritos. Millones de libros muy bien escritos. Y por ahí habrá uno, que será el mío, el diario de una mujer que empezó siendo niña y que ahora ya tiene 36. Cuando uno piensa la edad que va a cumplir, enseguida cae en cuenta cual será el siguiente número. Y se queda con eso. Y dice, y luego 37.  Yo, cuando me quedaban días para cumplir 36 todavía decía que tenía 35. Simple. Si me hacen una encuesta por la calle, tengo 35 pero si un chico lucido me pregunta la edad probablemente diré 32 sin pensar. Pasaría por una de 30? Podría alargar a 28? Me miro en el espejo y me digo a mi misma que debería cuidarme, que duermo poco, que estoy cansada. Los niños, las vida… Pero no es eso. No vendrán días mejores aunque es verdad que tengo que cuidarme y dormir más. Estoy envejeciendo como cualquiera, eso es todo. Y es tan sutil que aunque parece que estoy más delgada es mi cara la que se está afilando. Y lo que tenía que escribir a los doce, que me tenía que haber hecho célebre, no lo escribí porque no tuve la constancia de garabatear, como ahora. Era un marciano anclado en su planeta. Era rara de cojones. Eso sí, escribía y escribía diarios, sandeces, me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere, pero nunca escribía nada tan maravilloso como para dejar boquiabierto a nadie. Y es que nunca enseñé nada al mundo. Tuve doce años y perdí ese tren, pero recuerdo pensar o desear tener ese don para poder vivir de esto y escribir todos los días de mi vida, de noche y con sol.

Hoy mi vida es diferente. La niña juega a ser mamá y la mamá juega a ser abuela. Mi hijo juega a ser un hombre. Mi hijo mayor, digo. El otro vive en un mundo a parte. En los mundos de Yupi. Habla árabe y ensucia pañales. El mayor me canta una tibia cancioncilla en inglés cuando vuelve del colegio. Dice Red-Pink-Yellow-Purple-Green-and-Blue. Aunque él la versiona, rebinelobabelienblu. Le llevo un Danonino al colegio y se le cae sobre la alfombrilla del coche trasera. Mama, se me ha caído elnanonino. Luego me pregunta si me he hecho pupa porque llevo una chaquetilla con coderas. Para él son tiritas gigantes. Mi hijo mayor escuda al pequeño con su vida. Si no le cojo de la mano por la calle se pone a llorar porque cree que se va a hacer daño. -Mama, cógele de la mano. Mamá!- Le vigila, le cuida. Se siente responsable de su hermano pequeño. Madre mía, se me saltan las lágrimas al verlo. Espero que siempre sea así. Luego en casa le tortura pero le adora. Le adora en secreto, y también a voces.

Estos días tenemos un intruso en el jardín. Es el señor Gingles, el ratoncito de campo que se mete por doquier y nos da sustos. He adquirido por Internet una jaulita para cazarle vivo y llevarle al pueblo vecino, a que se busque la vida o encuentre un trabajo digno. Eso sí, es encantador, y muy rápido! Hoy le he visto llegar y desaparecer sin poder a penas definir la imagen. En el movimiento sólo había rabo y orejas.

La niña juega a ser mamá y no le disgusta.  Es la vida. Pero también persigue sueños con cubiertas gruesas, como antaño. Persigue palabras, saltan juntas.  Las páginas la siguen y saludan, sonriendo. El diario continúa, sano, visceral, auténtico, como es ella. Y a quién no le guste, puede tomar la siguiente desviación a la derecha. Yo siempre voy hacia adelante.

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