jueves, 3 de noviembre de 2011





Sigue la época de lluvias intermitentes. Uno se moja a ratos si se deja. Es un poco latoso la verdad, porque estamos pendientes constantemente de coger el paraguas, de dónde dejé el paraguas, de quién le ha sacado una varilla al paraguas...


Esta mañana he ido a clase de yoga. Hemos activado la glándula pituitaria y también hemos abierto el séptimo chakra, ha dicho la profesora. Todo nuestro cuerpo debía sostenerse sobre la cabeza de algún modo incomprensible. Miraba a mi alrededor. Seré la única que se siente bicho verde en este agujero? A mí, hacer un ratito el mono me ha dado un mareo de narices y dolor de cabeza, pero si he abierto el séptimo chakra significa que he conectado con mi espiritualidad y me he integrado con mi ser físico, emocional, mental y místico. Todo eso! Me turba pensar que he podido abrir esa puerta tan peligrosa. Si lo hubiera hecho correctamente las consecuencias podrían haber sido catastróficas! Afortunadamente, no soy lo que se dice una gran aficionada a esto aunque intento probarlo todo para tener criterio.

De vuelta a casa abro el buzón y encuentro alguna carta del banco y un poco de propaganda. Más allá una tarjeta tímida, oculta en su prudencia. La recojo como un pajarillo herido, con respeto, incrédula, curiosa. Es una tarjeta con hojas de otoño y un corazón pintado en el centro. Todo muy romántico. Será de mi marido, pienso. No hay remitente, sólo un sello feo. Se habrá equivocado el cartero, será para alguna vecina? Ah no, pone mi nombre! En un lateral descubro un mensaje pequeñito, escrito con lápiz, con caligrafía de mosquita mareada. Pone "feliz cumpleaños Blanca". Me quedo perpleja pero no le doy más importancia. Subo a casa y me doy un baño muy caliente. Tengo cosas que hacer. Tengo rutas de moda que acechar. Hoy me pongo las pilas con unos cereales de mis hijos y leche muy fría. Pongo música mientras desayuno, Calypso de Robert Mitchum que siempre me ayuda a encender motores y a salir de casa de buen humor. Mis vinilos, mi tesoro. 
En la entrada hay un espejo no muy limpio, ciertamente. Me observo en él para encontrarme y darme beneplácito. Estoy conforme? Habrá que acostumbrarse a estas ojeras oscuras y piel cetrina. Un poco de corrector y colorete harán el resto.


Este año mi cumpleaños ha sido muy familiar y le ha dado una vuelta a ese concepto de vida tan básico que a veces se olvida. A esa vela generosa le pedí más de lo que ya tengo. Pedí salud para mis niños y un poco de suerte. Tampoco mucha pero variadita, bien repartida. Luego soplé. Se me olvidó exigir lo que exige todo el mundo, un poquito de lotería para afianzar la vida pero me parece superficial en según qué momentos. Creo que incluso trae mala suerte ser avaricioso. Seamos cautos. Dos increíbles pasteles brillaban sobre la mesa. Me acordé del año anterior. Mi madre había olvidado comprarlo y en su defecto sacó una galleta y le puso encima una vela cónica, fea, que guardaba de una vida anterior. Y aquél soplido rancio, que surgió aquél día de mi boca, se detuvo ante la llama multicolor, gimió y se fue volando por la ventana. Y por ahí, en algún lugar, todavía ronda a trompicones mi deseo del año 2010, que ahora que lo pienso, creo que iba hueco.




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